Voto particular

Precrimen contra el independentismo

En el interrogatorio a Cuixart, la fiscalía desliza la idea de que la posibilidad de la violencia es en sí misma una forma de violencia

Un fotograma de la película Minority Report.

Un fotograma de la película Minority Report. / periodico

Rafael Tapounet

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Con sus vidrieras, mármoles, tapicerías y lámparas de araña, el Salón de Plenos del Tribunal Supremo es un espacio bastante abrumador en el que el peso de la historia puede acabar resultando un tanto opresivo. Ahí todo huele, por utilizar una expresión de Raymond Chandler, "como a tres viudas tomando té". Reina en la sala una compostura victoriana y cualquier atisbo de espontaneidad pasa tan inadvertido, por seguir con Chandler, "como una tarántula en un trozo de bizcocho". Por eso, la declaración de Jordi Cuixart, plagada de expresiones indelicadas (hubo 'hostias' a tutiplén y también un 'collons' de lo más eufónico), puso a prueba los sensores de atentados contra el decoro de la estancia y, sobre todo, la paciencia del juez Manuel Marchena, que hasta en tres ocasiones tuvo que reconvenir al presidente de Òmnium Cultural por sus "interjecciones coloquiales".

En el dintel de la principal puerta de acceso al salón figura una inscripción en latín: 'De vultu tuo iudicium meum prodeat oculi tui videant aequitates'. Es un pasaje del Salmo 17 de la Biblia (o del 16, según la 'Vulgata', que esto de la numeración de los salmos es un poco lío), cuya traducción aproximada sería: "Que mi juicio provenga de tu rostro, que tus ojos vean la rectitud". Los estudiosos de los textos sagrados interpretan esta oración del rey David como la súplica de un inocente injustamente acusado que apela al tribunal de Dios porque de la justicia de los hombres ya nada espera. Extraña elección para una sala de vistas.

Los tuits de la rebelión

Volvamos a Cuixart. El socio 36.080 de Òmnium Cultural lleva 498 días en prisión preventiva y se enfrenta a una petición fiscal de 17 años de cárcel por un delito de rebelión. Pues bien, para tratar de sustentar ese cargo, el representante del ministerio público, Jaime Moreno, no hizo mucho más que mostrar a la sala una serie de mensajes que el acusado publicó en su cuenta de Twitter entre el 20 de septiembre del 2017 y el 1 de octubre de ese mismo año y pedirle al declarante que diera las explicaciones oportunas. El propósito de su interrogatorio era probar que Cuixart había utilizado la influencia que le brindaba su condición de presidente de Òmnium para "mandar a la gente a oponerse a las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado" tanto durante el registro en la sede del Departament d’Economia como el día del referéndum.

Y aquí se plantearon dos cuestiones de gran interés. Una, si esa capacidad de movilización a la que el fiscal atribuyó cualidades casi mosaicas era, en efecto, tan poderosa. "Como ve, ese mensaje solo tuvo 99 retuits, así que mucho éxito no tuvo", señaló el acusado en una ocasión, como resignado ante la idea de que para asaltar los cielos hacen falta más 'followers'. Y dos, si los llamamientos a la no violencia contenidos en los mensajes no eran una forma implícita de reconocer que las acciones que se pretendía llevar a cabo eran potencialmente violentas.

Lo que pudo haber pasado

La violencia es el gran elefante en la habitación de la causa especial 20907/2017, porque sin violencia no hay rebelión y se van al garete las acusaciones de la fiscalía. De modo que el ministerio público está dispuesto a sostener la idea de que la posibilidad de violencia es, en sí misma, una forma de violencia. En un momento del interrogatorio, Moreno, refiriéndose a los hechos del 20-S, preguntó a Cuixart: "¿Hubo pocos incidentes para lo que podía haber pasado?".

Esa línea de acusación supone una interesante variación de aquello que Philip K. Dick ya planteó en 1956 en su relato 'Minority Report' (llevado al cine luego por Steven Spielberg), en el que una unidad especial de la policía llamada Precrimen, asistida por unos mutantes capaces de predecir el futuro, se encarga de detener a los delincuentes antes de que estos lleven a cabo sus delitos. La existencia de Precrimen encierra una paradoja muy perturbadora: "Los pillamos primero, antes de que puedan cometer un acto violento. Así que la comisión del delito mismo es pura metafísica. Sostenemos que son culpables. Ellos, por su parte, alegan que son inocentes. Y en cierto sentido lo son".

Del Precrimen a la Previolencia, más de medio siglo después. No es extraño que, cegado por el brillo de sus deslumbrantes intuiciones, Philip K. Dick se volviera completamente loco.