voto particular

Independencia a las tres

Sostiene la fiscalía que la cúpula del independentismo tenía un plan minuciosamente urdido, cosa que también Fernando Galindo creía

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Carles Cols

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Fernando Galindo. Ese es, en dos palabras, el resumen de la jornada. Un tipo amigable, adulador si es necesario, fiel esclavo de sus tareas. No, no busquen su nombre entre los abogados y fiscales, y menos aún entre los miembros del Tribunal Supremo. Luego vamos a él. Antes, un rápido ‘briefing’ de la segunda jornada de la causa especial 20907/2017, solo para centrar la situación.

La fiscalía ha recogido el guante (o ha mordido el anzuelo, según se mire) que los abogados del ‘procés’ lanzaron el martes en la sesión inaugural del llamado (salvo nueva orden, porque años quedan muchos por delante hasta el XXII) juicio del siglo. La defensa, como se contó en el anterior capítulo, convirtió las cuestiones previas, comunmente nada reseñable a efectos periodísticos, en un inesperado ‘rien ne va plus’, pues trató de dinamitar los cimientos jurídicos del caso, como si ya en la primera jornada no se quisiera desdeñar ni un solo minuto del indudable impacto demoscópico que se supone que va a tener todo aquello que se diga en el Tribunal Supremo. Lo previsto era que la fiscalía no igualara la afrenta, que repasara jurisprudencia. Zzzzz... Ha ocurrido lo imprevisto. Los fiscales Javier Zaragoza y, sobre todo, Fidel Cadena han exhibido desnuda y contra pronóstico la arquitectura de su caso. A la salida, un abogado de la defensa, como si de su caña colgara dando brincos una lubina, lo ha resumido así: “Menudo alegato final nos ha ofrecido la fiscalía”. Vamos, segunda jornada de juicio como si esto fuera un partido de Copa.

Los juristas no son bomberos, si hace falta, se pisan la toga, como ha demostrado con los hecho el fiscal Zaragoza

Zaragoza no ha escondido que se sentía herido en su pundonor. Ha calificado el conjunto de las intervenciones de la defensa del día anterior de “libelo acusatorio”, como si “quisieran sentar en el banquillo al Estado”, ha tachado de “falacia de colosales dimensiones que no se pueda ser independentista en España” y, ya puestos, ha demostrado que entre juristas, si es necesario, se pisan la toga, ya que ha afirmado que los catedráticos en derecho penal que consideran inconsistente la acusación de rebelión “no son los más prestigiosos” del país. ¡Zas! También han recibido por metomentodos los jueces alemanes que dejaron en libertad a Carles Puigdemont. ¡Rezás! Los interrogatorios, con estos preliminares, prometen ser esgrima sin peto y máscara. Para algunos acusados, aquellos que encabezarán listas electorales en mayo y quién sabe si en abril, el dilema es retroceder o avanzar, buscar una mínima condena o desproteger su pecho como candidatos a por todas.

El caso es que, cuestión de gustos, la intervención más interesante fue la del colega de Zaragoza, Cadena. Se acerca el momento Galindo. Ya va, ya va.

"Murallas humanas"

Realizó algunas afirmaciones atrevidas, de acuerdo. Dio por hecho que llegó a declararse la independencia, cuando podría sostenerse que, examinada con lupa la jornada, la sesión del 27 de octubre del 2017 fue un colosal número de prestidigitación política en que se votó algo muy distinto a lo que por televisión parecía que se votaba. Afirmó que el Govern, en connivencia con Òmnium y la ANC, propició que “murallas humanas se lanzaran contra las fuerzas de seguridad del Estado” el 1-O. Vaya. Pero lo crucial es que afirmó que los procesados habían concertado durante meses un minucioso plan para conseguir la independencia de Catalunya, cuestión que, habrá que suponer, no discute nadie. Ahí está el tema.

En 1955, Jules Dassin rodó ‘Rififí’, todo un tótem del cine negro, de la subsectorial robos perfectos. Fue un éxito, además de una bocanada de aire nuevo en un género dominado por las producciones norteamericanas. Tuvo dos secuelas paródicas, una, en Italia, ‘I soliti ignoti’, y otra mayúscula en España, ‘Atraco a las tres’, en la que un inigualable José Luis López Vázquez, en el papel de cajero de banco Fernando Galindo, trataba de urdir un robo milimétrico con Gracita Morales, Cassen y Agustín González, ahí es nada. Pero en vez de irse todo al traste por una libreta Moleskine, el plan se desbarataba porque el propio Galindo, “un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo…”, se iba de la lengua.

28 de septiembre

La película es una deliciosa comedia. “¡No puede ser, no puede ser!”, se quejaba el protagonista ante los tropiezos en los preparativos, “¡aquí quisiera ver yo a Al Capone!”. Que el fiscal Cadena diga que el estado mayor del independentismo tenía un plan minucioso es lo que será interesante dilucidar en este juicio. En su libro ‘El naufragio’, crónica de cabecera para comprender lo ocurrido estos últimos años en Catalunya, Lola García resume el clímax de aquel plan con una demoledora frase. La incluye cuando examina los acontecimientos del 28 de octubre del 2017, supuesto primer día de la era ‘indepe’, el día en que “TV3 no sabe qué explicar a sus espectadores”, lo nunca visto o imaginado a este lado de la península. Aquí quisiera ver yo a Al Capone, pensaría más de uno aquel sábado.

Vox sale a escena con todo un tópico, Montesquieu, cuando le encaja mucho más Robespierre: "La piedad es traición"

La película de José María Forqué, por cierto, tiene un final amable, acorde con lo que se exigía en aquellos tiempos. No es lo que está sobre la mesa en este juicio. Vox, no habría ni que recordarlo, pide 74 años de cárcel para seis de los acusados. Esta gente no necesita muchas presentaciones. Pedro Fernández, el ‘voxeador’ que ha intervenido en esta segunda sesión del juicio, ha arrancado con una cita de Montesquieu, un topicazo, aunque, visto lo visto, le encajaría más una de Robespierre, “la piedad es traición”. Con Vox como acusación particular, Salomón habría partido al niño en dos mitades.

El caso es que la intervención de la acusación particular había despertado una notable curiosidad. Lógico. Se presupone que también puede tener ecos demoscópicos fuera de la sala. Fernández no ha tenido su mejor día, ni siquiera con el golpe de efecto fuera de guion que había preparado como aperitivo. Quiso apuntarse una victoria, que los acusados no pudieran llevar una lazo amarillo en la solapa. El presidente de la sala, Manuel Marchena, cortó el recorrido que pudiera tener esa queja con dos antecedentes llamativos, dos casos en que el Tribunal de Estrasburgo falló que unos acusados podían lucir símbolos religiosos en sus solapas. Podrá parecer una arbitrariedad del magistrado, pero encaja a la perfección con la tesis central del último libro del filósofo John Gray, una de las cabezas más bien amuebladas de la actualidad intelectual, que sostiene que hay religiones sin dios, laicas a más no poder, como la revolución francesa o el bolchevismo, con sus mártires, liturgias y fechas a celebrar. Es una lectura muy recomendable. ‘Siete tipos de ateísmo’, se llama. Ocho, si se desea.