PERFIL

Pedro Sánchez, todo o nada

El líder socialista parecía un cadáver político hace año y medio, pero su tenacidad y los errores de sus adversarios lo han llevado a la Moncloa

Pedro Sánchez devolviendo los aplausos en el Congreso.

Pedro Sánchez devolviendo los aplausos en el Congreso. / periodico

Juan Ruiz Sierra

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La trayectoria de Pedro Sánchez, su ascenso, caída, resurrección, declive y llegada a la Moncloa, es una de las más extrañas de la historia política española. Su carrera puede verse como un conjunto de circunstancias más o menos ajenas a él que le acaban siendo favorables, algo que señalan sus críticos en el PSOE, que se detienen en las numerosas veces que se ha beneficiado del corrimiento de las listas electorales y de los errores de sus adversarios. Los internos y los externos. Pero Sánchez es también un ejemplo de dirigente duro, con una enorme confianza en sus posibilidades, alguien que sabe interpretar los cambios y adaptarse a ellos, apostando fuerte por una opción, su opción, aunque parezca descabellada. Hace año y medio había sido desahuciado por su propio partido. Ahora es presidente del Gobierno.

“Él juega a todo o nada. A veces le sale bien y a veces mal. Pero en general le sale bien”, comentó el pasado jueves, cuando ya se sabía que su moción de censura iba a prosperar, uno de los dirigentes socialistas que le conocen desde que comenzó su carrera política.

En el principio, Sánchez (Madrid, 1972) fue uno de los llamados “chicos de Pepe Blanco”, el grupo de jóvenes formado a la sombra del secretario de Organización de José Luis Rodríguez Zapatero. Allí estaban Óscar López y Antonio Hernando, pero el nuevo presidente del Gobierno, doctor en Economía, siempre estaba un peldaño por detrás. En el 2003 fue en las listas municipales de Madrid y en el 2008 y el 2011 en las de las generales. Acabó entrando en todos los casos, primero en el ayuntamiento de la capital y después en el Congreso, pero siempre por las renuncias de quienes ocupaban puestos superiores.

Fueron golpes de suerte, pero Sánchez los aprovechó. En el 2014, cuando Alfredo Pérez Rubalcaba dimitió por los malos resultados de las generales, la candidatura de Sánchez al liderazgo socialista parecía casi una broma. Sus aspiraciones provocaban risas entre muchos dirigentes del PSOE, hasta que Susana Díaz, entonces favorita para tomar el timón del partido, decidió no participar en las primarias y ungir a Sánchez como su candidato y el del resto de principales barones. Muy pocos lo conocían de verdad en el partido, y aún menos la propia Díaz, pero el ahora jefe del Ejecutivo ganó de calle a Eduardo Madina.

Solo unos meses después, los líderes territoriales comenzaron a decir: “Nos equivocamos”. Aquello no era lo que esperaban. Querían un dirigente muy permeable a sus directrices, casi una marioneta, y Sánchez es todo lo contrario. “Es duro y no soporta que le marquen el paso. Puede ir cambiando de posición, y lo ha hecho muchas veces, pero no porque se sienta presionado”, explica un miembro de la actual dirección del PSOE.

El desgarro

Así es como Sánchez llegó a las generales. Primero a las del 2015, en las que intentó sin éxito alcanzar la Moncloa a través de un pacto con Albert Rivera. “Mestizaje ideológico”, lo llamó. Y después a las del 2016, donde logró los 84 diputados con los que ahora cuenta para gobernar. Ese resultado, unido a su negativa a permitir la continuidad de Rajoy, abocando a España a las terceras elecciones en un año, forzaron su dimisión.

Una salida así no tenía precedentes en la historia de los liderazgos socialistas, pero después hubo algo todavía más desgarrador para el partido, la abstención ante el PP, y ambos factores convirtieron a Sánchez, que decidió renunciar a su escaño, en un dirigente nuevo. Alguien que ya no apelaba a Ciudadanos y exhibía en sus actos una gigantesca bandera española, sino que levantaba el puño, cantaba La Internacional y pedía que Catalunya fuese reconocida como nación. Con esos mimbres arrasó en las primarias ante la propia Díaz.

Y entonces Sánchez, de nuevo en la Secretaría General y con un equipo de dirigentes de confianza muy distinto al de su primera etapa, volvió a cambiar. Obligado en parte por la crisis en Catalunya, el líder socialista se puso al lado de Rajoy en todo momento, apoyó el 155, aparcó la plurinacionalidad e incluso propuso medidas más duras que el PP, compitiendo en ese terreno con Ciudadanos mientras la mayoría de las encuestas colocaban al PSOE en tercer lugar.

Ahora, en un nuevo giro del relato, será el primer presidente del Gobierno que no es diputado y el primero en llegar a través de una moción de censura. Casi nunca hay precedentes para Sánchez.