España, en estado de perplejidad

Los últimos siete días han conformado un compedio del despropósito en el que se ha instalado nuestra vida pública

Rajoy saluda a Cifuentes en la convención del PP.

Rajoy saluda a Cifuentes en la convención del PP.

José Antonio Zarzalejos

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La perplejidad consiste en un estado de confusión, irresolución o duda provocadas por el asombro o la sorpresa. En esta semana se han sucedido una serie de acontecimientos de distinta naturaleza que han llevado a la opinión pública a ese estado de ánimo que participa también del pesimismo y el escepticismo. Han sido siete días para conformar un epítome o compendio del despropósito en el que se ha instalado nuestra vida pública. La clase dirigente, salvo en periodos históricos concretos, siempre ha estado por debajo de las expectativas y merecimientos de los ciudadanos de este país, ahora sentenciados a convulsiones varias que plantean serias interrogantes sobre la funcionalidad de nuestro sistema institucional sometido a un brutal estrés por la inmoralidad, la incompetencia y la imprevisión de los que encarnan los poderes del Estado.

El caso de Cristina Cifuentes no es el más grave de los muchos de corrupción que se han producido en el Partido Popular. Se trata de un episodio de naturaleza distinta a los ya conocidos porque no es de carácter económico, sino que incorpora una insoportable dosis de inmoralidad cívica que cualifica a la presidenta de la Comunidad de Madrid como una política sin escrúpulos y a su partido como una organización irreversiblemente viciada por la connivencia con comportamientos inaceptables. La imagen que proyectan los populares es más patética que irritante. Más que indignación produce tristeza y hasta conmiseración que en el partido en el Gobierno se hayan perdido todas las referencias de integridad que se le deben suponer a una formación democrática. Cada minuto que pasa con Cifuentes ostentado la presidencia de la Comunidad de Madrid, el escarnio es mayor y la previsión de una debacle electoral del PP adquiere un realismo más vivo. Escalofría, sin embargo, que los conservadores se dirijan a paso ligero a la quiebra en las urnas como ya lo hizo la UCD en 1982. Perplejidad, pues, por el asombro  que causa la inconsciencia del PP sobre la suerte que se le avecina.

Cada minuto que pasa Cifuentes como presidenta de la Comunidad de Madrid, el escarnio es mayor

¿Qué decir de un Gobierno que presenta unos Presupuestos Generales del Estado sin haberse asegurado una mayoría para tramitarlos y aprobarlos? Sencillamente: que ha emprendido una huida suponiendo que la maniobra le saldrá bien porque comprará al por mayor (500 millones de inversión, un 32% más que el año pasado) al PNV, que tiene un pie en la solidaridad con el secesionismo catalán y otro en los intereses materiales de la comunidad vasca que ahora gobierna en coalición con el PSE-PSOE, aunque dependiendo para la mayoría absoluta del PP. Se cruzan apuestas sobre la decisión final de los nacionalistas vascos. Esta política ludópata que maneja Mariano Rajoy es tan estúpida que no le ha permitido siquiera la perspicacia de aumentar sustancialmente las inversiones del Estado en Catalunya estando vigente el 155. El presidente del Gobierno es un hombre con instinto de poder, pero carece de sentido político y de perspectiva estadista. Perplejidad también ante esta temeraria táctica presupuestaria, repleta de trampas que solo buscan la continuidad del poder popular.

Confusión y pesimismo (consecuencia de la pésima gestión de las expectativas) por la decisión de la justicia alemana de excarcelar bajo fianza a Carles Puigdemont y descartar su entrega a España por el delito –aún presunto- de rebelión. La resolución del tribunal de Schleswig-Holstein es un revés para el instructor de la causa del procés y para la propia Sala Segunda del Tribunal Supremo. Un revés, además, imprevisto. Pero está lejos de constituir un desastre porque sigue el proceso de extradición, porque el expresidente de la Generalitat no es considerado un perseguido ideológico, porque va a estar retenido en Alemania y porque la justicia española dispone de determinadas alternativas que se pondrán en marcha la semana que viene, siendo una de ellas plantear una cuestión prejudicial ante el Tribunal de Justicia de la Unión Europea por un evidente exceso de jurisdicción de los jueces alemanes. Pero, todo eso al margen, el país en general no ha recibido una comunicación bien ponderada sobre lo que ha sucedido y sobre sus consecuencias, ni el Gobierno ha expresado su intención de ganar el terreno perdido ante la opinión pública europea. La estrategia de Rajoy de entregar la crisis de Catalunya a los tribunales de justicia no le exime de su responsabilidad política cuyo alcance será histórico así transcurra el tiempo y podamos contemplar este episodio con perspectiva. La carencia de liderazgo de Rajoy es de tal magnitud que su actitud parece que trivializase la trascendencia de la decisión judicial como dando a entender que sería un problema ajeno a sus responsabilidades. Perplejidad sobre perplejidad porque hasta el menos avisado de los ciudadanos sabe que esta es una cuestión de Estado.

La política ludópata que maneja Rajoy es tan estúpida que no le ha permitido ni la perspicacia de subir las inversiones en Catalunya con el 155 vigente

Y para que no faltase nada, el lamentable vídeo que refleja el incidente entre la reina emérita y la consorte del Rey el pasado domingo de Resurrección en la catedral de Mallorca a propósito de una fotografía de doña Sofía con sus nietas, ha hecho correr ríos de tinta y ha situado al Jefe del Estado y a la propia Corona en un posición de enorme incomodidad. No es este un asunto menor. Su dimensión y trascendencia se debe medir por su repercusión y por las reacciones que ha provocado -especialmente adversas contra doña Leticia- y, en consecuencia, por el daño que puede infligir al Rey que el lunes vuelve a Barcelona para entregar los despachos a los nuevos jueces que han terminado su formación en la escuela judicial. Nadie, ninguna instancia, ha salido a la palestra para rescatar de la correspondiente perplejidad ciudadana causada por este incidente. En definitiva, España navega con el piloto automático, no hay comandante en la aeronave y no se sabe si pasamos por un tramo de turbulencias o caemos en picado. Un Gobierno abstraído en su propia subsistencia y un partido que le sostiene, arteriosclerótico y sin nervio moral, está dejando al país al albur de los acontecimientos. Es normal que España se suma en la perplejidad.