LOS ENTRESIJOS DE LA INVESTIDURA

Jordi Turull: Una muesca en el rodillo

JxCat y ERC vieron en la decisión de Llarena la oportunidad de dañar la imagen de España y presionar a la CUP

Jordi Turull interviene en el pleno de investidura

Jordi Turull interviene en el pleno de investidura / FERRAN NADEU

Xabi Barrena

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La decisión del juez Pablo Llarena de comunicar, de improviso, el próximo viernes el procesamiento de los investigados por el 1-O y la proclamación de independencia fue acogida con incredulidad en la trinchera independentista. Hasta ahora, si una rasgo había sido propio de la acción del Estado, más allá de las resoluciones sobre cómo abordar una investidura, era su empeño en mostrar que no se movía ‘ad hominem’, es decir, contra alguien en concreto, sino que cualquier protagonismo era diluido en las decenas de imputados que se han incluido en la causa. Ni en el caso del ‘expresident’ Carles Puigdemont los jueces que instruyen la causa habían modificado tempos ni comunicado citaciones con el fin de impedir los movimientos políticos del hoy residente en Bélgica.

La citación para el viernes de los seis investigados y futuros acusados que cuentan con medidas cautelares, hecha pública poco después de que Roger Torrent oficializara la activación del plan c, es decir, de la candidatura de Jordi Turull, fue interpretada como un cambio de tendencia. El Estado se va quitando complejos y se aparta de sutilidades, pensaron en los cuarteles generales de Junts per Catalunya y ERC. La decisión de Llarena abría la puerta a que el independentismo marcara una muesca en el rodillo que hasta ahora ha empleado el entramado estatal.

De ahí que la celebración de un pleno de investidura, el jueves, con el objetivo de que Turull acudiera al Supremo investido como ‘president’ fue una tentación demasiado fuerte. Era la jugada perfecta, por cuanto si Llarena encarcelaba al ‘president’ ‘in pectore’, tras cesar, primero a Puigdemont, e impedir, después, la investidura del propio ‘expresident’, así como la de Jordi Sànchez, la concatenación interventora iría en perjuicio de la imagen internacional del reino.

Y si por la propia investidura Llarena ahorraba la cárcel preventiva a Turull, PDECat y ERC, habrían conseguido su objetivo de tener de manera inmediata un Govern efectivo. Una tesis a la que se había abonado en los últimos días incluso Puigdemont.

El obstáculo insalvable

Quedaba la salvedad de la CUP. Es decir, de que, como al final ha sido, los anticapitalistas no se dejaran convencer por esta maniobra y la entendieran no tanto como una forma de superar al estado, por primera vez en meses, como creen los otros partidos secesionistas, sino como una alambicada manera de efectura un #pressingCUP de manual, utilizando para ello la acción de la justicia.

JxCat y ERC ofrecieron, incluso, celebrar en apenas un mes una cuestión de confianza que sirviera, acaso, de verdadera investidura. Pero ni así. El consuelo de los partidos mayoritarios es que la lectura que se haga de la jugada, entre el electorado independentista, es que, si se va a elecciones, si no hay ‘president’ es por la pinza entre la acción “represiva” del Estado y las rocosas posiciones de los anticapitalistas. Una lectura, piensan esos partidos, que a lo mejor ayudarían a pasar de los 66 diputados conjuntos a los más de 67 que marcan la mayoría absoluta.