'Trempera' desescalada en Lluís Companys

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Carlos Márquez Daniel / Barcelona

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Imaginen que un culer viaja en el tiempo hasta el 20 de mayo de 1992, hasta el día de la final de Wembley. Sabe perfectamente que en el minuto 111 Koeman lanzará una falta y marcará el gol que le dará al Barça su primera Copa de Europa. Está tranquilo; convencido de lo que vendrá. Pero no, ante sus narices, el robusto defensa holandés estalla el balón en la barrera. Y la pelota no entra. Su seguridad despedazada. Todo lo que daba por garantizado, hecho añicos. Más o menos así, desencajados, se han quedado las miles de personas que este martes se han congregado en el paseo de Lluís Companys de Barcelona tras escuchar la declaración de independencia con frenillo anunciada por Carles Puigdemont.

Han sido miles los convencidos que han pasado bajo el Arc de Triomf para seguir en directo el pleno del Parlament a través de pantallas gigantes y bajo el impenitente traqueteo de un par de helicópteros. Por ahí también han pasado una treintena de tractores del Maresme. John Deere, Ebro y una marca que se ve que está pisando muy fuerte, Kubota. Santi ha tardado dos horas en recorrer la treintena de kilómetros que separan Cabrera de Mar de Barcelona. Dice que habrá gastado unos 15 litros de combustible, y que es la tercera vez que él y su vehículo de trabajo hacen este recorrido en los últimos días. "Y vendremos las veces que haga falta, tenemos permiso de la mujer". Han sido de los primeros en marcharse tras las palabras del 'president'

Traidor y paciencia

El bajón ha sido unánime. Pero se ha digerido por barrios. También por edades. Los más jóvenes y menos vividos han sido los que peor han encajado que Puigdemont pusiera en suspenso la declaración unilateral de independencia. "Un discurso correcto, pero me parece un traidor. Nos ha engañado a todos", se quejaba un chico, camino del metro. "Paciencia, que el Estado propio no se consigue en dos días", ha aportado un señor mayor del Eixample que ha vuelto andando a casa, con las manos en la espalda. "¿Con quién vas a mediar si en Madrid dicen que no hay nada de qué hablar?", ha lamentado una joven que cargaba la carpeta de la universidad. "Por lo menos ahora todo el mundo verá cómo se comporta el Gobierno ante la puerta del diálogo", ha defendido un vecino de Argentona. 

La mayor ovación de la noche se la ha llevado el 'president' cuando ha recordado el déficit fiscal, esos 16.000 millones que el Govern calcula que cada año se van a Madrid para no volver jamás. También se han llevado palmas de las buenas el recuerdo a todos los que durmieron en escuelas la noche previa al referéndum del 1 de octubre y el "nunca lo olvidaremos" que ha blandido en referencia a la represión policial durante la consulta. Lo más abucheado, la mención a Felipe VI. La irrupción del diálogo y de la mediación internacional lo ha enfriado todo. Ligeros pitidos. Ni un aplauso. Ni un grito de independencia. Nada. Los altavoces se han escuchado más que nunca. Como si esto fuera un capítulo de 'Black Mirror' y la tele les hubiera chupado la energía.

Cuando Inés Arrimadas ha subido al púlpito, una mayoría ha empezado a desfilar. Solo la aparición en escena de Xavier García Albiol ha despertado un unánime, aunque asordinado, "in, inde, independència". Con Anna Gabriel se ha recuperado el aliento, pero no ha sido suficiente tirita para tan sangrante herida

Partida a medias

Antes de que empezara a todo, seis vecinos del barrio estaban disputando una partida de petanca en el paseo, como hacen cada tarde entre las 16.30 y las 20 horas. Llevaban un cabreo monumental porque no paraba de pasar gente por el medio de la pista. "Señora, quite al perro que le va a caer una bola encima", "¡no pase por ahí, hombre!". Entre los jugadores, Luis, Marino y Juan. Veteranos. Han compartido las bondades de este deporte, la estrategia (cada partida dura casi una hora). Y lanzamientos como el 'carreau'. Consiste en lanzar la bola en parábola de manera que desplace la del oponente, quedando la propia en el mismo lugar. Quitar a uno para ponerse otro. Pura política, eso de la petanca.