EL PULSO INDEPENDENTISTA
Las miradas de Irene Rigau
La segunda sesión del juicio ha tenido mucha menos expectación que la del lunes, pero las declaraciones de los testigos han dado mucho más juego
Rafa Julve
Periodista
RAFA JULVE / BARCELONA
La muestra más antigua de escritura descubierta hasta la fecha es una pieza de arcilla sumeria que data de entre el 3.400 y el 3.000 antes de Cristo firmada por un tal Kushim. No es ninguna poesía, ninguna obra artística. Es solo una prototabla de contabilidad, un texto administrativo en el que el autor especifica cuántas medidas de cebada (29.086) llevaban acumuladas en 37 meses, pero seguro que Kushim estaría orgulloso de que el suyo sea el primer nombre propio escrito del que tenemos constancia.
Sobre el uso social o educativo y sobre las órdenes orales o por escrito versaron las comparecencias de los dos primeros testigos en la segunda jornada del juicio por el 9-N; dos inspectores de Ensenyament (uno ya jubilado) que vinieron a decir que ninguno de sus superiores quiso ser un Kushim y que en este caso no hubo firmas ni instrucciones por escrito sobre cómo actuar en el proceso participativo pese a que ellos lo socilitaron, pero sí hubo instrucciones verbales. El toma y daca con los abogados de la defensa, avezados en exprimir la tesis de exculpar al Govern y hurgar en las contradicciones de los interrogados, así como las incursiones del fiscal buscando cualquier recoveco que implicara a la Administración, demostraron que el juicio se había puesto en marcha de verdad.
SIN VÍTORES
La expectación de la jornada no fue ni mucho menos la del lunes --nadie vitoreaba a Artur Mas, Irene Rigau y Joana Ortega ante el Palau de Justícia--, pero el contenido y el continente dieron mucho más de sí. La intervención inaugural de los tres acusados se podía resumir en esta máxima: ideamos e impulsamos el 9-N siempre de acuerdo a la ley y lo ejecutaron los voluntarios. Las declaraciones de este martes, sin embargo, requieren de tantas anotaciones que no cabrían en una tablilla de arcilla sumeria.
"'Bon dia, gràcies per la seva puntualitat", se dirigió el fiscal Emilio Sánchez Ulled al primer testigo, Josep Alsina. Era el primer dardo hacia los acusados, que el lunes llegaron con 30 minutos de retraso. En un catalán pausado y tono suave pero con preguntas que más que preguntas eran estiletes, el representante del ministerio público fue desbrozando el terreno a su favor para que después los abogados de la defensa fueran deshaciendo el camino al percutir en las discrepancias de los interrogados. En el lateral de la sala, bajo los letrados, Mas atendía a las explicaciones sin pestañear, Rigau iba escribiendo notitas que pasaba al 'expresident' o a su abogado y Ortega optaba por leer y subrayar con un rotulador fluorescente amarillo el libro 'Cómo crear mapas mentales', de Tony Buzan. "Lo hago para abstraerme. Y llevo otro, 'L'art de no amargar-se la vida'", de Rafael Santandreu, comentaba en un receso la exvicepresidenta y licenciada en Psicología (obtuvo el título cuando estaba en el Govern).
Se les estaba haciendo larga la mañana. A la 'exconsellera' de Ensenyament se le había borrado la sonrisa casi permanente del lunes. Incluso murmuró un reproche inaudible al acabar el segundo de los testigos, Jesús Rul. Más risueña se mostró cuando la directora de un IES de Badalona negó cualquier presión y puso en tela de juicio el comportamiento de Alsina. Bastaba mirar a Rigau para saber hacia dónde se decantaba cada testimonio. Dos ejemplos más: con la directora general de ESO y Bachillerato, Montserrat Llobet, casi se le escapa hasta un muy bien. A Dolores Agenjo, la directora de un IES de L’Hospitalet que no quiso entregar las llaves del centro (y que después fichó por Ciutadans), no quiso ni mirarla a la cara.
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