Rufián defiende su discurso en el Congreso: "El halago debilita, el dolor galvaniza"

Artículo de opinión en que el diputado de ERC reflexiona sobra una intervención que ha desatado una tormenta política

Gabriel Rufián observa a la presidenta del Congreso, Ana Pastor, en el Congreso.

Gabriel Rufián observa a la presidenta del Congreso, Ana Pastor, en el Congreso.

GABRIEL RUFIÁN

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El sillón de piel, el escritorio de madera, los oleos marcados a tiros del techo, la moqueta gruesa y arrugada allá donde pises. Rajoy haciendo de Rajoy, Hernando estrangulando los argumentos hasta la náusea, Iglesias sorprendentemente tibio y Rivera más vacuo que nunca. Somos los quintos (aunque por la cuota mediática no lo parezca). Pastor dice mi nombre. El ruido y presión en la cámara sube. Es unos de los pequeños logros de estos meses. Preocupar a quien nunca se preocupaba. Recorro el trayecto enmoquetado desde mi escaño en el gallinero (gentileza de un pacto fraternal en ECP y C¿s para repartirse el espacio tradicional de Convergencia) al atril. Son apenas cinco minutos. Algo menos teniendo en cuenta abucheos, gritos, golpes e insultos.

La bancada del PSOE protesta enfurecida, la de Podemos se debate entre la complicidad sincera y la desconfianza táctica, la de C¿s ríe nerviosa y la del PP observa con la indiferencia del que se sabe ganador. Pastor decide cortar el micro y me invita a marchar. Subo hasta mi escaño. Hernando se queja amargamente por “los insultos” y me exige retirarlos. PP. PSOE y C's, el nuevo monopartito español, le aplauden en pie. Es la viva imagen del régimen-estafa del 78. Les contesto que “A mí me daría vergüenza”. El discurso era un recopilatorio de testimonios de militantes y votantes del PSOE. Apenas cinco de algo más de 500 recogidos a través de Facebook en sólo tres días. Los “insultos” denunciados eran “vergüenza” y “traición”. De esto hace ya siete días y aún hablan de ello. No de la vergüenza ni de la traición -que hace sólo seis meses el mismo Hernando consideraba que sería facilitar un nuevo gobierno de Rajoy-, sino de mi discurso. A ver si hablan tanto de lo que yo dije para hablar muy poco de lo que ellos votaron.

Hasta aquí lo previsible. A Dorian Grey tampoco le gustaba ver el cuadro que escondía en el desván. A la corte tampoco le gustó que los niños dijeran que el rey iba desnudo. Lo que no era tan previsible eran las críticas de insignes líderes de P¿s. Sorprendentes comparaciones entre Junts pel Sí y lo que hizo el otro día el PSOE, en medio de acusaciones de hipocresía. Compararlo es de una enorme miopía o mala fe. En Catalunya nadie engañó a nadie, y en consecuencia nadie pudo sentirse traicionado. Junts pel Sí fue una coalición extraordinaria para ganar un país, no a un partido. ¿Acaso cree alguien que es posible articular una mayoría social suficiente para fundar una nueva República sin contar con el apoyo del antiguo espacio de Convergència i Unió y a la vez tejer un camino compartido con la CUP? En España, en cambio, el motivo parece justo el contrario: evitar que en Catalunya exista siquiera la posibilidad de que nos pronunciemos sobre una futura República catalana, y para ello no han dudado en hacer piña PP, C’s y la mayoría del PSOE, ante la mirada impotente de los que creían que iban a tomar el poder por asalto. Por no poner urnas en Catalunya han puesto a Rajoy de nuevo en La Moncloa.

A fin de cuentas, el proceso de autodeterminación catalán le sigue estirando las costuras a una “nueva” izquierda cuyo proyecto es español y a largo plazo, porque queda claro que a corto no pueden. Y no pasa nada, faltaría más. El problema es que no lo dicen. La buena noticia es que el tiempo de las mentiras piadosas está acabando. Y tiene poco de piadoso y mucho de mentira prometerle al pueblo catalán un referéndum pactado con un estado en el que gana elecciones el PP y el PSOE, en lugar de ofrecer una alternativa, le aúpa al Gobierno.

El halago debilita. El dolor galvaniza. Que sigan. A nosotros con cinco minutos nos basta. Seguimos.