El Onze de Setembre

Salt y la teoría del huevo frito

La Diada en Salt refleja una participación multigeneracional y bastante transversal

Vista de la concentración independentista en Salt durante la Diada del 2016.

Vista de la concentración independentista en Salt durante la Diada del 2016. / periodico

JOSEP MARIA FONALLERAS / SALT

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Hace cuarenta años, el director del Living Theatre, el anarquista Julian Beck, se presentó con toda su compañía –famosa en los setenta por su caràcter radical– en lo que entonces era conocido como el "manicomio" de Salt. El día anterior había representado en el Municipal de Girona el célebre montaje "Siete meditaciones sobre el sadomasoquismo político". La experiencia fue alucinante. Actores y locos (en aquel tiempo aun eran "locos", aunque la nueva psiquatria ya empezaba a nombrarlos y a tratarlos de otra manera) montaron un pasacalle en el que no podías distinguir unos de otros. Pienso en ello mientras me dirijo al núcleo de la mani a través de lo que los “saltencs” de toda la vida todavía conocen como “el carrer del Manicomi”, que va a dar al Passeig dels Països Catalans. Me pregunto si tendrán, los que se manifiestan, algo de ese masoquismo –el sado lo pone el Constitucional–  que presagiaba Beck. ¿Cómo manifestarse de nuevo, otro 11 de setiembre, por lo que es obvio? ¿Y qué queda de la locura de antaño?

En una esquina de la calle, veo la primera bandera española en un balcón. Sin nadie que la defienda. Hay otra y una más, a lo largo del Passeig, y un cartelito hecho por niños en el que se lee "Viva España", coloreado con amarillos y rojos, alternativamente. Tampoco nadie en el castillo ante la marabunta independentista. En el "Medalomismo", un bar mitológico de la los complicados ochenta, los más sedientos ya piden cervezas para mitigar el calor. Unos cuantos "medalomismo" o "estoy atónito" miran el espectáculo del "latido" soberanista desde los balcones. Son hondureños y colombianos. En el mismo bloque, una mujer africana danza con su bebé al ritmo de "in, inde, independència...". Aquí todo se mezcla. Por algo Salt tiene un 40% de extranjeros en su censo y más de 70 nacionalidades en sus calles.

¿Y lo del masoquismo?. Los hay que ya no aguantan más coreografías como la de este 11S, con esta especie de huevo frito que se agita al ritmo de un minuet y que también sirve como parasol o abanico improvisado. A mi me recuerda el marco de donde salía el cerdito Porky, en los "Looney Tunes", para anunciar que se habían acabado los dibujos animados. "That’s all Folks!", decía. "Eso es to, eso es to, eso es todo, amigos".

¿Eso es todo?

Depende de cómo se mire. Un niño de 5 meses, que se resguarda del sol gracias al huevo frito, lleva unos auriculares "kids" para que el ruido de la charanga no le destroce los tímpanos. Se llama Joan y es el representante de la cuarta generación de la família Sunyer, con su abuela Catalina, de 83 años, al frente, en una silla de ruedas. ¿Cómo va a acabarse todo esto si aquí se junta, en esta ciudad de amalgama y tradición, la cadena de las generaciones y una pancarta en árabe que demanda la independencia? ¿Cómo va a acabarse si hay quienes han venido a pie desde Sant Gregori, a unos 10 kilómetros, con la sonrisa en los labios y las piernas destrozadas? ¿Cómo va a acabarse si uno de los gigantes, que viene del barrio obrero de Taialà, se llama Carmen y viste de sevillana, con sus topos de faralaes y su estelada a la espalda?

Reconozco que a veces la cosa tiene un aire manicomial, pero este país es así. Los milagros existen. Uno, por ejemplo. Es la primera ve que Gerard Quintana sube a un escenario y no desafina. Lo que no me queda claro es lo del masoquismo. Agitar el huevo frito cada vez que suena el minuet es una experiencia casi religiosa, como diría Enrique Iglesias. Reconozcámoslo, un punto ridícula. Pero da igual. Unas ancianas ("hem vist en Puigdemont, nen!"), que se toman un chocolate en Girona, después del caos circulatorio, me comentan: "Si no prenem paciència per això...". Paciencia, esa es la palabra. Paciencia en la Catalunya rítmica.