ENTREVISTA

César Rendueles: «A Pablo Iglesias le incomoda el culto a la personalidad»

Hijo de Guillermo Rendueles,  médico y voz de la antipsiquiatría, se crio rodeado de libros e izquierdismo. «No supe de la existencia de nadie de derechas hasta mayorcito». Se doctoró en Filosofía y, entre el 2003 y el 2012, trabajó en el puente de mando del Círculo de Bellas Artes de Madrid.  Es profesor de Teoría Sociológica  de la Complutense de Madrid y autor del celebrado ensayo 'Sociofobia'  (2013).   Está afiliado a la CGT, milita en Podemos y participa en política desde las asociaciones que le «son cercanas vivencialmente».    Tiene tres hijos con su compañera sentimental Carolina del Olmo, licenciada en Filosofía y autora de '¿Dónde está mi tribu?'.  

César Rendueles, filósofoa pie de calle, en Madrid,el pasado miércoles.

César Rendueles, filósofoa pie de calle, en Madrid,el pasado miércoles.

NÚRIA NAVARRO

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Es un teórico respetado por la izquierda. Una especie de Owen Jones de la Meseta. Y desde su autoridad considera que Podemos puede remontar si se orienta hacia la clase trabajadora empobrecida, a su juicio, «la que tiene que tirar del cambio social».

Es un clásico contemporáneo en toda biblioteca roja. Pablo Iglesias le cita. Íñigo Errejón le respeta. Pero Rendueles, que ahora publica Capitalismo canalla. Una historia personal del capitalismo a través de la literatura (Seix Barral), le quita destello a su aura. Prefiere centrarse en lo que la realidad política es (un espanto) y en lo que debería ser (una democracia radical). Y el camino será más largo de lo deseable, aventura.

-«El paisaje social es el apocalipsis zombi». ¿Tan mal estamos?

-El éxito del neoliberalismo en España no ha consistido solo en beneficiar a ciertas élites sino en acelerar la destrucción de la sociedad civil. Hay que vertebrar alternativas que se infiltren en la vida cotidiana. Construir un entorno social cooperativo que haga el cambio político posible y amigable.

-¿Un cambio amigable?

-No concibo una democracia basada en la heroicidad política, que nos exija convertirnos en titanes del activismo dedicados permanentemente a asambleas eternas. Necesitamos instituciones mediadoras que permitan distintos niveles de implicación: de asociaciones de vecinos a cooperativas, pasando por grupos de consumo, clubes deportivos, sindicatos, asociaciones de padres y madres.

-De momento, hay una llamada a las urnas el 20-D. ¿Una porra?

-Soy el típico muermo que se niega a especular.

-Rompa el hábito, hombre.

-El PP podría tener una mayoría relativa, y no resulta descabellado pensar en un empate técnico entre PSOE, Ciudadanos y Podemos. Pero no me preocupan tanto las elecciones como lo que pase después. Imagine que gana Podemos -como a mí me gustaría-, pero ¿en qué condiciones? ¿Qué cambios se podrían acometer con un electorado volátil y muy presionado por ciertos medios de comunicación? Hay que contar con una base social dispuesta a asumir sacrificios.

-Que tome nota su amigo Iglesias...-Eso es lo que cree mucha gente, pero le conocí hace unos días cuando me entrevistó en La Tuerka.

-¿De veras? Le hacía en la fragua, con Errejón y Monedero.

-No tengo ningún tipo de relación orgánica con el partido. Sí tengo la sensación de haber aprendido mucho con Podemos.

-¿Usted? ¿Qué exactamente?

-Para nuestra generación -la de los 40- democracia era eso de lo que hablaban en los consejos de ministros. Había una apropiación institucional del concepto. Así que cuando se planteó Podemos me sonó a la enésima intentona de la izquierda de hacer un frente popular. Pero me di cuenta de que había algo distinto.

-Adelante.

-Me resultó muy novedoso recuperar el valor subversivo de la democracia. Pablo y compañía supieron detectar la necesidad del 15-M de construir una herramienta institucional para intervenir en lo público. Y supieron leer lo que pasó en América Latina en el 2000 y adaptarlo al contexto europeo.

-Iban a «ganar» y ahora no están «en condiciones». Señale los errores.

-Tenemos una tendencia peligrosa a interpretar como errores lo que son derrotas. Ha habido una persecución mediática como no había visto nunca en la política española, las élites han hecho movimientos para cancelar la esperanza de cambio, y ha aparecido Ciudadanos, que sirve de instrumento para generar eso que Gramsci llamaba «revolución pasiva». Aquello tan lampedusiano de «cambiar todo para que nada cambie» y las élites sigan manteniendo su hegemonía.

-Centrémonos en los errores. ¿Exceso de personalismo del líder?

 

-Es difícil romper la hegemonía dominante en la vida  política española y Pablo supo aprovechar su carisma. A nivel interno eso puede ser muy desmovilizador, porque parece que hay una sola voz que decide, sí.

-Hay podemistas que abandonan.

 

-Yo no me siento cómodo con el culto a la personalidad, pero Pablo tampoco. Un ejemplo: cuando se planteó poner su cara en la papeleta de las europeas, yo dije: «Estáis locos, será como Mao en la China de la revolución cultural». Pero ¿la realidad cuál era?

-Usted dirá.

-Solo el 6% conocía el nombre de Podemos, mientras que el de Pablo lo conocía el 50%. Algunas críticas parten del país de nunca jamás. La realidad es que vivimos en un estado arrasado políticamente. Con eso hay que moverse, no con los que nos gustaría.

-Aconséjele por dónde se llega a la salida de emergencia.

-En mi opinión la salida de emergencia de la izquierda radical pasa por romper con cierto clase-medianismo del que hemos sido víctimas desde el 15-M. Se ha prestado mucha atención al padecimiento de las clases medias, a los jóvenes muy cualificados que han tenido que emigrar o que ganarán menos dinero que sus padres...

-Un padecimiento real, ¿no cree?

-Sí. Pero mientras la clase media vive un cierto sufrimiento existencial -«las cosas no son como nos habían dicho»-, quien realmente padece la crisis es otro colectivo. Y es la gente que lo está pasando mal la que tiene que tirar del cambio social.

-Esa «gente» ha votado a C's en las elecciones catalanas.

-Cuando la clase trabajadora siente que la izquierda ignora sus problemas, busca a quienes les den una solución, aunque sea falsa. Hay que interpelar desde la izquierda a inmigrantes, trabajadores no cualificados, gente que vive en la periferia de las ciudades. Eso no se está haciendo.

-Implica riesgos electorales.

-Así es. Optar por un segmento implica renunciar a otro.

-¿Entonces?

-La única manera es encontrar herramientas sindicales que tracen solidaridades amplias entre los trabajadores de distintos grupos sociales, de los funcionarios a los trabajadores precarios de la periferia. Una de las dificultades para iniciar el cambio social es la desaparición de los sindicatos como actores políticos relevantes. Renunciar a democratizar desde ese ámbito me parece un suicidio.

-Eso, de momento, no parece viable.

-Vivimos un cierto pesimismo porque pensábamos que las cosas iban a cambiar a toda velocidad. Pero es importante no caer en cierta miopía y pensar en cómo estábamos hace seis años, cómo no hablábamos de política, y ver que hoy hay dos ayuntamientos de izquierdas, los de Barcelona y Madrid, producto de procesos de movilización popular. Sabemos qué pasa en Grecia, qué hace la Troika, cómo obran los bancos alemanes. Eso hace poco nos habría parecido ciencia ficción.

-Saber no es poder hacer.

-Es importante ver todo esto como un proceso de transformación que seguramente será largo. Las cosas ya han cambiado, nos relacionamos con los demás de forma distinta. Ahora mismo quizá estemos empezando algo de lo que ni siquiera somos conscientes.

-Si le dejaran meterse en la cocina, ¿qué debería tener la masa madre?

 

-Para empezar, igualitarismo. No la mera igualdad de oportunidades, sino recuperar la igualdad como algo que debemos construir entre todos, tanto en las instituciones como en la vida cotidiana.

-¿Qué aliño teórico aconsejaría?

-Soy bastante concupiscente. Me siento cómodo con una mezcla de Marx, Keynes y Georgescu-Roegen en lo económico, Polanyi o Lasch en los aspectos políticos y Martha Nussbaum en las dimensiones éticas.

-Pues, hala, métase en lo público. Seguro que se lo han ofrecido.

-Sería un desastre. Y menos en este momento vital. Tengo tres hijos pequeños, cuya crianza comparto. Admiro a la gente que tiene vidas más comprometidas que la mía, pero yo  estoy afiliado a la CGT y a Podemos, aunque no soy particularmente leal a Podemos. Soy leal a la herramienta de cambio que haya.

-Suena a «levantaos e id».

-Más que expresiones de efervescencia subjetiva, necesitamos algo más grande que nosotros.

-¿Qué le saca de quicio a un hombre tan reposado como usted?

-Tengo mi punto, no crea. Dicho esto, cada vez me revienta más el elitismo. Sobre todo ese clasismo que se nos ha metido en los huesos a través del consumo y nos hace desear parecernos a los ricos. Es como si nos odiáramos a nosotros mismos. Está muy presente en esa condescendencia con la que se trata a la gente de clase trabajadora, como si sus vidas, sus opiniones y sus gustos fueran insignificantes. No lo soporto porque me parece que es incompatible con la democracia radical. 

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