LA ENTREVISTA

Marina Garcés, filósofa: "Barcelona es como un laboratorio que se asusta de sí mismo"

Barcelona, 1973. Profesora titular de Filosofía de la Universidad de Zaragoza. Impulsora de la Fundació Espai en Blanc de pensamiento crítico y colectivo. Autora de 'En las prisiones de lo posible' (Bellaterra, 2002) y 'Un mundo común' (Bellaterra 2013).

La ciudad tiene una enorme capacidad de atrevimiento y de creación, y a la vez suele dar marcha atrás

«Barcelona es como un laboratorio que se asusta de sí mismo»_MEDIA_1

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NÚRIA NAVARRO / BARCELONA

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Marina Garcés milita en el pensamiento crítico. Y desde ese partido sin patrón, la filósofa reflexiona a pulmón sobre la política, el compromiso, la desigualdad y la vida en común. También sobre lo que se juega Barcelona el 24 de mayo.

-«Es bonita y miedosa». Así define usted Barcelona.

-La ciudad tiene una enorme capacidad de atrevimiento y de creación, y a la vez suele dar marcha atrás. En lo social, lo político, lo educativo, lo artístico. Es como un laboratorio que se asusta de sí mismo.

-¿Cómo explica ese talante? 

-Hay un sentido del orden que pasa por dejar hacer, siempre que no se rompa nunca un plato. Pero estamos en un impase político y social del que no podremos salir con las herramientas que conocemos. Y hablo en términos culturales, medioambientales, de cohesión social.

-¿Sugiere que ha llegado el momento de romper algún plato?

-Lo que digo es que la realidad de la ciudad tiene que definirse en términos de expropiación de la vida colectiva, o de colectivización de la vida.

-Eche un poco de luz.

-Lo primero es lo que lleva haciendo la ciudad entendida como una marca que debe posicionarse en el mercado global de las ciudades. Lo segundo son las respuestas colectivas a los problemas fundamentales que han emergido por todas las grietas. Son las dos ciudades que están en conflicto en este momento.

-Y el pulso se decidirá en las urnas. 

-Es un pulso entre fuerzas desproporcionadas. Pero intensificar la expropiación de la vida colectiva solo llevaría a más malestar social y a más inestabilidad política. De alguna manera, las grietas tienen que reventar los aparadores, los corsés y las marcas, y acabar con la ciudad supermercado en la que vivimos.

-Los primerísimos sondeos parecen ir en esa dirección.

-Es alentador. Si no se cumplieran, significaría que nos domina el miedo del que le hablaba antes.

-A usted, ¿qué es lo que le produce más espanto?

-El malestar silenciado bajo la aparente normalidad. Yo entro y salgo de Barcelona dos veces por semana para dar clases en Zaragoza, y al volver me impresiona la apariencia de que todo sigue funcionando, cuando todos sabemos que para muchos la situación se ha vuelto insoportable, incluso para los que tienen un plato en la mesa.

-Se ha elevado la voz en las plazas. 

-Una de las cosas que hemos aprendido en las dos últimas décadas de politización ligada a la vida cotidiana es que no se trata solo de ocupar plazas durante cinco días, sino de cuidar. Y cuidar es construir redes sociales de ayuda mutua. Es un aprendizaje de la vida en común.

-Y para esa vida incluso tiene un plan estratégico.

-[Ríe] Yo propongo alegría, valentía y dignidad. Alegría como fundamento de una vida colectiva reapropiada. Es el valor de saber crecer y disfrutar del encuentro con el otro, con aquel que no sabemos quién es y tiene otra edad, clase y cultura. Y valentía frente al no saber cómo saldrá, que es la primera condición para aprender.

-¿Virtudes que también debe anotar el futuro alcalde?

-Sabiendo que una ciudad no se cambia desde un despacho, su prioridad es hacer de Barcelona un lugar de vida vivible. Bajo ese criterio, simple, es fácil saber qué no puede hacer. Debe tener también osadía frente a la presión de los poderes ya instituidos, y confianza, que es el único lugar desde el que construir el nosotros.

-En esa construcción, ¿importa el  cemento soberanista?

-Si Barcelona pudiera ser punta de lanza de formas de hacer política capaces de desbordar los marcos del estado-nación, yo empujaría. Si se encamina hacia la segregación de un trozo más de la vieja Europa de los estados-nación construidos a sangre y fuego, que no cuenten conmigo.

-Usted votar, votará.

-He estado años sin votar, porque me parecía un juego de reglas cerradas en el que no había nada que añadir. Me quedé al margen por un compromiso radical con la ciudad. Ahora los muros de la arquitectura legal y política se han agrietado, y hay que intentarlo, siempre que sepamos que la solución no está solo en la institución municipal. De lo contrario, acabaremos con la posibilidad de pensarnos como sujetos políticos y volveremos a ser ciudadanos-clientes que se movilizan cada cuatro años.

-Sacuda a los desalentados.

-El punto de partida más radical para dejar atrás la resignación es pensar por un segundo que estamos aquí

-no sabemos por qué ni hasta cuándo-, que solo tenemos una vida y que es nuestra. Liberar cada vida es liberarnos juntos. Porque no hay yo sin nosotros. Y esa es una radicalidad para la que no hacen falta grandes programas políticos.

-No todos tienen su brío.

-Estamos ante un desafío. Tenemos que aislar a las instituciones que ya no nos sirven como aislamos a un virus que nos hace daño. No puede ser que respiren de nuestro aire. Yo iré a las urnas con convicción, pero sin identificarme al 100% con ninguna formación. Quiero poder votar a quien no espera que le delegue mi vida política. Esa vida me pertenece.

-Para que lo mediten los candidatos, recomiende un clásico.

-El Discurso de la servidumbre voluntaria, de La Boétie. Formuló en el siglo XVI una pregunta que no hemos sabido responder: «¿Por qué obedecemos si podríamos no hacerlo?» Es una invitación a reapropiarnos de nuestras vidas.