50 AÑOS DE LA MUERTE DE UN SÍMBOLO DEL ANTIFRANQUISMO GALLEG0

El último mito de la guerrilla

O Piloto vivió dos décadas fuera de la ley, cobijado en casas amigas y en los montes del sur de Lugo tras el fin de la guerra civil. Era una mezcla de héroe local y pistolero atroz cuyas andanzas recorrieron Galicia. Cuando se cumple medio siglo de su muerte a tiros por la Guardia Civil, un documental recupera la apasionante vida del maquis.

El guerrillero posa sonriente junto a su compañera sentimental, Ramona Curto, a la que él rebautizó como Mirelle porque le gustaba el aire afrancesado de ese nombre. Debajo, la portada del diario 'El Progreso', de Lugo, que abría a toda página c

El guerrillero posa sonriente junto a su compañera sentimental, Ramona Curto, a la que él rebautizó como Mirelle porque le gustaba el aire afrancesado de ese nombre. Debajo, la portada del diario 'El Progreso', de Lugo, que abría a toda página c

ELOY CARRASCO

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Estaba comiendo un bocado, sentado en una peña en la ribera del Miño, junto al embalse de Belesar, cuando la Guardia Civil lo acribilló. Venía de robar a un vecino, «en nombre de la República», 15.000 pesetas que acababa de sacar por la venta de una vaca. Según el parte oficial del día, 10 de marzo de 1965, los agentes le dieron el alto y él se resistió, pero nadie en la comarca lo creyó. Xosé Luís Castro Veiga -Pepiño para la familia, Luís para los compañeros de armas, conocido por todos como O Piloto- era el guerrillero más buscado, el hombre que llevaba dos décadas como fugitivo del franquismo, al que se atribuían una veintena de muertes, y cuando al fin estuvo en el punto de mira de los fusiles sus andanzas terminaron. Ninguno de aquellos cuatro guardias quiso correr el menor riesgo. Fuego. Fin del mito.

Fue el último guerrillero caído en un choque armado en España, una leyenda de la posguerra que recorrió Galicia. Su muerte ocurrió en la parroquia de San Fiz de Asma, cerca de Chantada (Lugo), en la vinícola Ribeira Sacra. Medio siglo después de aquellos balazos, Xosé Reigosa y Alfonso Eiré profundizan en un documental en la personalidad de O Piloto, con un minucioso recorrido por aldeas y con numerosos testimonios, la mayoría ancianos. ¿Era un justiciero al que el pueblo adoraba? ¿Un hombre sanguinario y vengativo? El sí podría ser la respuesta correcta a ambas preguntas.

«Antes de su muerte ya era un mito», explica Eiré (Chantada, 1955), periodista y guionista del documental. «La gente necesitaba una figura así para compensar los desmanes del régimen». O Piloto servía lo mismo para asustar a los niños («duérmete o vendrá O Piloto») que para amedrentar a la Guardia Civil y a los falangistas que se pasaban («se lo diré a O Piloto y te vas a enterar»).

Porque O Piloto no se andaba con bromas. Entre sus fechorías se cuenta el atroz asesinato de un cura que lo había delatado. Fue a su casa, lo ató a una silla y le prendió fuego. También liquidó a dos hermanos de  la parroquia de Reiriz por hablar de más, y en otra ocasión fue hasta A Coruña tras un guardia civil que había estado acosando y golpeando a sus padres para que desvelaran el paradero del hijo evadido. Lo siguió y cuando vio la ocasión lo mató sin más. «Era cruel y tiraba de pistola a la mínima», explican muchos testigos que  lo tuvieron cerca. Infundía terror, pone de relieve Xosé Manuel Pol Herbón, un hombre con una melena blanca a lo Rafael Alberti que recuerda «como si fuera hoy» que O Piloto fue a su casa a buscar unas municiones que había escondido allí, porque sus padres le daban posada y refugio. «Me puso una mano en el hombro y me meé en los pantalones. Pero fue por miedo, no porque me tratara mal, eso que quede claro».

Enrique Pérez Losada, alcalde socialista de O Saviñao en los años 80 e hijo de un comunista que en 1946 también cobijó a O Piloto, huye de la imagen romántica del guerrillero. «Era implacable con los enemigos. A mí me parecía un hombre de pocos escrúpulos. Siempre iba muy armado, y lo exhibía». Otros, sin embargo, aseguran que era culto e ingenioso, y generalmente solo esquilmaba a los vecinos más derechistas y ayudaba a los pobres, lo cual fortalecía su aura legendaria. A un muchacho al cuidado de sus ovejas al que vio flaco y mal vestido una fría mañana le dio 500 pesetas, un dineral en aquella época de cartilla de racionamiento.

Los guerrilleros se regían por unas normas muy estrictas, y el hecho de vivir a salto de mata no los eximía de cumplirlas. O Piloto incluso ejecutó a un camarada porque había violado a una muchacha. Según un reglamento interno, a los maquis no les estaba permitido blasfemar y tenían orden de restaurar «lo antes posible» el dinero o los bienes que tomaran de aquellos a quienes no considerasen sus enemigos. Ni siquiera el clero o los guardias civiles, «que son hijos del pueblo», eran un objetivo prioritario. Solo los soplones estaban explícitamente condenados.

Una gran red de ayuda

La abrupta geografía y la particular demografía gallega, atomizada en multitud de aldeas de pocos habitantes, facilitaron que O Piloto y sus compinches tejieran una grandiosa red de ayuda que favorecía la logística de sus movimientos. Según las informaciones recopiladas por Eiré, solo en el municipio de Chantada 105 familias prestaban apoyo a la guerrilla. Había otras muchas en toda la Ribeira Sacra, y a menudo eso acarreaba terribles represalias de la Guardia Civil. En Valmigallo, ya en el municipio de Paradela, dos miembros de una familia que escondían a fugitivos fueron sometidos al «paseo». Es decir, «los guardias los sacaron de su casa y aparecieron muertos a tiros a un lado del camino, a unos kilómetros», recuerda Elena García, que entonces era una adolescente.

Chantada y sus alrededores, sin embargo, constituían una especie de zona neutral. Dada su condición de núcleo principal del respaldo popular a «los escapados», como también se les conocía, «no había atracos, ni asesinatos, ni extorsiones», explica Eiré. Por el mismo motivo, la Guardia Civil de ese destacamento vivía menos nerviosa que la de otros cuarteles cercanos, cuyos agentes sufrían más presiones y eran más despiadados y expeditivos. «A veces venían cuando estábamos en los prados con el ganado y nos preguntaban si habíamos visto algo», relata Elena García. «A mí nunca me pegaron, pero otros niños se llevaban buenos tortazos si no contaban nada».

Otro factor que hizo posible la larga supervivencia de O Piloto fuera de la ley fue la construcción del embalse de Belesar, en el río Miño. Las obras de lo que Franco calificó como «el orgullo de España» cuando fue a inaugurarlo, en septiembre de 1963, movilizaron a miles de hombres durante cinco años. O Piloto se enfundaba un mono de trabajo y pasaba inadvertido entre ellos como uno más. También iba a menudo a Currelos, otro lugar cercano, donde acostumbraba a echar la partida.

Era un hombre sumamente astuto e inteligente, en eso hay consenso. Había nacido en 1915 en Pedrafita, una aldea del municipio de O Corgo cercana a Lugo, aunque creció en Boelle. Carpintero de oficio, a los 16 años se alistó en la aviación y en la guerra civil combatió como piloto de la República. De ahí tomó el apodo que ya nunca le abandonó. Condenado a 30 años y encarcelado tras el conflicto, un decreto de Franco que pretendía suavizar las relaciones internacionales le permitió salir en libertad condicional en 1943. Militante del PCE y enfermero en el Hospital de Carabanchel, volvió a Galicia y, ya en busca y captura, hacia 1945 se enroló en el Exército Guerrilleiro.

Los infiltrados

Cuenta Alfonso Eiré, quien tras el éxito del documental está enfrascado en la recopilación de más andanzas para el libro O Piloto. O último guerrilleiro (Hércules Ediciones), que aquellos fueron años de tensión, vigilancia mutua y escenas propias del Far West. Una vez se cruzaron en el puente de Belesar dos grupos, ambos fuertemente armados. Por un lado, media docena de guardias civiles. Por el otro, ocho fugitivos. Cada grupo pasó por un lado del puente. Se miraron, se controlaron, pero siguieron camino. Sabían que si alguien abría fuego aquello podía acabar como una película de Sam Peckinpah. Todos muertos.

A mediados de los años 40 se intensificó la actividad del maquis gallego, con la esperanza de que, una vez acabada la segunda guerra mundial, los aliados hicieran caer a Franco. Sin embargo, nada de eso ocurrió y, en paralelo, las discrepancias empezaron a erosionar a la guerrilla. En una cumbre celebrada en Escairón, miembros de una célula del PCE

-a instancias de Stalin y Carrillo- pidieron a O Piloto que abandonase la lucha armada. Entonces él sacó la pistola, la puso sobre la mesa y sentenció: «Estos son mis poderes». Pero poco a poco el desgaste pasó factura. Cayeron muchos combatientes en enfrentamientos con la Guardia Civil, y los infiltrados también hicieron estragos. Uno de los más dañinos fue Francisco Cano, alias Comandante Félix. En 1949 mató a tres guerrilleros, entre ellos Elías López Armesto -uno de los pretorianos de O Piloto-, quien al parecer, tras huir malherido por el traidor, prefirió quitarse la vida antes de que lo capturasen.

De esa y otras muchas emboscadas se zafó O Piloto. Su mala hora, el 10 de marzo de 1965, aún tardó en llegar. A esas alturas ya llevaba muchos años actuando como un lobo solitario. La mañana de aquel día, Anxo Fernández Blanco, un exguardia civil recolocado como jefe de seguridad del embalse de Belesar, dio aviso al puesto de Chantada. «El mozo está aquí», fueron sus palabras. Cuatro agentes acudieron a la llamada de caza mayor. Lo vieron allí quieto, en el peñasco, y lo cosieron a tiros. Como dice uno de los testimonios del documental de Eiré y Reigosa, no tuvo opción de rendirse. «Si le llegan a dar el alto, él habría matado a la mitad antes de caer». El cuerpo estuvo expuesto en el cementerio de San Fiz durante un día. Hasta se fletaron autobuses para ver el cadáver del último mito.