El soberanismo sigue en marcha

Más de 2,2 millones de personas participan en el 9-N diseñado por Mas y prueban la vitalidad de la Catalunya que quiere ser consultada con garantías

RAFAEL TAPOUNET

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El 9-N no habrá decidido nada, pero después del 9-N nada podrá ser igual. Una movilización como la de ayer, en la que 2.250.000 catalanes desafiaron al Estado (y al mal tiempo) con una papeleta en la mano, constituye un acto de afirmación política bastante más serio que esa ridícula anécdota a la que el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, quiso rebajarla el sábado al referirse a ella como «lo de mañana». La Catalunya que quiere ser consultada -con todas las garantías- sobre su futuro sigue en pie y en marcha. Y exige algún tipo de respuesta. La estrategia gubernamental del quietismo se ha revelado estéril, lo mismo que la de la prohibición y que la del desprecio. Con estas recetas, el suflé no baja.

Y sin embargo, el Ejecutivo del PP sigue empeñado en creer (o en hacer creer) que el problema no es político, sino jurídico. Así se desprende del hecho de que el representante elegido para fijar la posición del Gobierno no fuera otro que el ministro de Justicia, Rafael Catalá, que se limitó a calificar lo acontecido ayer de «acto de propaganda sin validez democrática». Sin más.

Por el contrario, Artur Mas no dudó en arrogarse todo el protagonismo al comparecer para hacer la primera valoración del Govern tras el cierre de los centros de votación. Calificó la movilización de «éxito total», pidió apoyo internacional para forzar a Rajoy a negociar la celebración de «un referéndum legal y vinculante», destacó la «simbiosis perfecta entre instituciones, tejido asociativo y personas» y amagó con situarse ya en un escenario de elecciones plebiscitarias al lanzar un mensaje inequívoco al líder de ERC, Oriol Junqueras: «Cuando vamos juntos avanzamos más y mejor». Primer acto de una campaña en la que el president parte indiscutiblemente reforzado. Si es que accede a convocar los comicios.

PORCENTAJE INSOSLAYABLE

Las cifras. Participaron 2.250.000 personas, lo que supone algo más que la suma de los votos que los partidos del frente proconsulta obtuvieron en las últimas elecciones al Parlament y representa casi un 36% sobre un censo estimado de 6,3 millones. Sería un porcentaje bajo si esto fuera una convocatoria electoral ordinaria. Es un registro estratosférico para una 'costellada' («de 'costellada' en 'costellada' hasta la victoria final» es el nuevo lema del independentismo 'enragé', a partir de una expresión acuñada por el periodista y activista Antonio Baños). Y es una cifra insoslayable en una seudoconsulta alegal sin campaña ni censo ni voto por correo y que el Gobierno central y varios partidos catalanes habían llamado a boicotear.

El escrutinio aportó pocas sorpresas y, como era previsible, la mayoría del sí-sí fue abrumadora. La 'consellera' de Governació, Joana Ortega -el Govern se implicó absolutamente en la comunicación de los datos-, dio las cifras pasada la medianoche con solo el 88,4% de las mesas escrutadas. De las papeletas contabilizadas a esa hora, el 80,72% habían escogido la opción del sí-sí, el 10,11% optaban por el sí-no y el 4,55% se inclinaban por el no.

UN CLIMA BÁLTICO

La jornada se inició con clima báltico colas soviéticas. En el argumentario que el Gobierno español suele utilizar contra el discurso independentista, una imagen recurrente es la de una Catalunya que tendrá que salir de la Unión Europea y ponerse «a la cola» para negociar su ingreso. Bien, a juzgar por lo visto ayer, no parece que la perspectiva de tener que guardar cola vaya a desalentar al soberanismo. Las imágenes de largas filas de ciudadanos ante los puntos de votación («de participación», según la jerga eufemística acuñada por el Govern) determinaron ya a primera hora de la mañana el estado anímico del «proceso» (otro eufemismo). El 9-N era un éxito casi antes de empezar.

A ello contribuyó, sin duda, la incertidumbre jurídica alimentada en los últimos días por la suspensión de la neoconsulta decretada por el Tribunal Constitucional a instancias del Gobierno central. La posibilidad de que los centros de enseñanza habilitados como colegios electorales se vieran obligados a cerrar sus puertas en algún momento del día por imperativo judicial empujó a cientos de miles de catalanes a madrugar para poder votar cuanto antes. 'Ben d'hora, ben d'hora', como recomendaba Pep Guardiola, que voló el sábado desde Múnich a Barcelona a fin de tomar parte en el proceso.

Los temores se revelaron infundados. La fiscalía y los jueces de guardia impusieron el criterio de considerar «desproporcionada» una eventual retirada de las urnas, aunque abrieron diligencias para estudiar si pudo existir delito de alguna clase en la actuación de los organizadores de este 9-N unplugged («si buscan un responsable, soy yo», advirtió Mas). La prudente medida de jueces y fiscales propició que la jornada transcurriera sin apenas incidentes -más allá de algunos altercados protagonizados por gupúsculos de ultraderecha que trataron de impedir que la gente votara, ya fuera sellando las puertas de los centros, intimidando a los voluntarios o, como ocurrió en Girona, intentando romper las urnas-, pero generó un visible malestar entre algunos dirigentes del PP catalán, que habrían deseado una actitud más enérgica por parte del Ejecutivo de Mariano Rajoy.

CONVERSACIONES SECRETAS

No era ajena a este malestar la sospecha de que la tolerancia gubernamental ante la celebración de esta versión light de la consulta pudiera formar parte del guion de las conversaciones secretas entre emisarios de Mas, Rajoy y Pedro Sánchez que desveló EL PERIÓDICO el sábado y de las que al menos buena parte de la cúpula del PPC no sabía absolutamente nada.

Cerrada la etapa del 9-N -«cerrada con gloria», sentenció la presidenta de la ANCCarme Forcadell-, la política catalana entra hoy mismo en un ciclo nuevo. Una fase en la que los partidos soberanistas desplegarán sus hojas de ruta hacia la independencia. Habrá rutas más largas y enrevesadas. En otras, más cortas, la a velocidad aumentará el riesgo de colisión. Algunos propondrán vías alternativas que no conducen al Estado propio pero permiten una conducción más segura. Se hablará de listas conjuntas, de candidaturas separadas con puntos compartidos, de ofertas de pacto para agotar la legislatura, de plebiscitos y de presiones. A estas alturas, nada hay decidido. Y nada será igual.