Mas da por hecho el adelanto electoral si se frustra el 9-N

Artur Mas, junto a su mujer y su jefe de prensa, se dirige al hemiciclo, ayer en el Parlament.

Artur Mas, junto a su mujer y su jefe de prensa, se dirige al hemiciclo, ayer en el Parlament.

JOSE RICO / BARCELONA

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Cuando Artur Mas, meses atrás, anunció que no daría ningún paso más allá del 9-N sin el acuerdo previo de las fuerzas políticas que sostienen el órdago soberanista, el presidente de la Generalitat asumía que estaba fiando el contador de la legislatura, sobre todo, a ERC, su socio de gobernabilidad, y a la voluntad del partido de Oriol Junqueras de seguir proporcionándole oxígeno. A menos de dos meses para la fecha en la que pretende llamar a los catalanes a las urnas para votar la independencia, Mas constató en el debate de política general que, si la consulta embarranca, se verá prácticamente abocado a convocar elecciones anticipadas.

El síntoma que llevó al president a afirmar que el final del mandato «no estará solo en sus manos» es la división que manifiesta el frente soberanista en torno a la posibilidad de desafiar al Tribunal Constitucional (TC) cuando este le ponga la proa al 9-N. Tan frágil ve Mas esa unidad que, en la apertura del debate, la definió como una «figura de porcelana fina». Es decir, una pieza muy valiosa pero extremadamente fácil de romper.

Esa figura, la unidad de los soberanistas, sufrió el domingo el último zarandeo con la inflamada reacción del líder de Unió, Josep Antoni Duran Lleida, contra Junqueras por las continuas apelaciones del jefe de ERC a la desobediencia civil. Con este fuego cruzado como trasfondo, el presidente catalán trató de sacudirse presiones e hizo corresponsables a todas las fuerzas proconsulta de lo que suceda en las próximas semanas y meses. «Todos somos igualmente y directamente responsables [de mantener el consenso político]», avisó.

CAMINOS DIFERENTES / Lo que sucederá más pronto que tarde es que el Gobierno central impugnará la ley de consultas que el Parlament aprobará este viernes y, en cuestión de días, el TC paralizará su aplicación. A partir de entonces, todo apunta a que los caminos de los partidos que sellaron el acuerdo sobre la fecha y la pregunta de la consulta, y en particular los de CiU y ERC, tomarán derroteros diferentes. ¿De qué depende que no sea así? Según se interpreta de las palabras de Mas, de que ambos socios hallen una fórmula para que los catalanes puedan votar el 9-N «con plenas garantías democráticas». Un acuerdo que se antoja complejo si se pretende salvaguardar la unidad de CiU, habida cuenta de los posicionamientos contrarios a toda desafío legal que consellers del Govern y dirigentes de Unió llevan semanas propugnando. De ahí que Mas no tuviese más remedio que reconocer que, pese a que la prerrogativa de adelantar las elecciones es suya y solo suya, el futuro de su Govern también depende de otros. «Si se puede, me gustaría acabar la legislatura cuando toca, en el 2016. Para que pueda ser así, se tiene que votar el 9-N con plenas garantías democráticas», avisó Mas.

El president evitó terciar en la pugna entre legalidad y legitimidad, aunque una apelación al «catalán ilusionado», que ha dejado atrás al «catalán enfadado», sonó a toque de atención a los partidarios de la desobediencia. En su primera reacción al discurso, ERC no tardó en darle la razón a Mas: «Si hay 9-N, estaremos encantados de que la legislatura acabe». Ergo, si no hay consulta, el mandato tocará a su fin, salvo que a CiU le quisiese socorrer otro aliado.

SIN MARGEN / Sin embargo, incluso la opción del recambio de socio parece hoy más difícil que ayer, porque el president no solo supeditó al 9-N su margen de maniobra político, sino también el económico. «Imagínense qué país podríamos llegar a hacer si no estuviésemos condicionados y frenados por los elementos que nos envuelven», pronosticó después de dibujar una «inhóspita» situación de ahogo de las arcas de la Generalitat y denunciar una «operación de recentralización a gran escala» por parte del Estado. Paradójicamente, minutos antes había pergeñado un mensaje triunfalista respecto a su gestión de la crisis, dando por acabada la era de los recortes sociales.

En sus 75 minutos de parlamento, Mas quiso demostrar que se puede hablar más tiempo de economía y política social que de soberanismo, al que dedicó el último cuarto de hora. Pero menos espacio tuvo la corrupción. Sin citar el caso Pujol, que a la misma hora tenía ocupado al juez Pablo Ruz en la Audiencia Nacional, proclamó que la combatirá «venga de donde venga». Y desempolvó una vez más las 51 medidas que acordó con los órganos fiscalizadores. Más de un año después, se comprometió a «impulsarlas».