El Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) de Erdogan: ¿un PP turco?

Sus propuestas encajan en el ideario del Partido Popular Europeo, pero es una fuerza islámica y eso frena su integración en el grupo

ANDRÉS MOURENZA / Atenas

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Si Turquía fuese un país cristiano no cabe duda de que su fuerza gobernante, el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), sería parte de la amplia familia popular europea. De ideas neoliberales en lo económico y conservadoras en lo social, sus propuestas encajan perfectamente en el ideario del Partido Popular Europeo (PPE), pero la fuerza que dirige Recep Tayyip Erdogan es islámica y eso, teniendo en cuenta la alergia que despiertan los musulmanes en el electorado europeo de derechas, ha supuesto siempre un freno a la integración del AKP en dicho grupo.

Tras ser durante ocho años miembro observador del PPE, en el 2013, y ante el cada vez mayor divorcio con líderes conservadores europeos como Angela Merkel Nicolas Sarkozy, Erdogan decidió abandonar a los democristianos europeos y convertirse en miembro de pleno derecho de la Alianza de Conservadores y Reformistas Europeos (AECR), liderada por los conservadores británicos.

Fundado en el 2001 como una escisión moderada del tradicional movimiento islamista de Turquía, el AKP dio la campanada en las elecciones del 2002 al alzarse con la mayoría absoluta. Recibía un país que acababa de vivir una grave crisis financiera y cuya economía estaba bajo estricta vigilancia del Fondo Monetario Internacional (FMI), además de tener una importante lista de deberes impuesta por la Unión Europea (UE) en vista de la apertura de las negociaciones de adhesión en 2005.

Visto bueno de Bruselas

El partido de Erdogan, con la intención de librarse de la etiqueta de "islamista" --prefiere ser llamado "demócrata conservador"-- cumplió con nota. Bruselas aplaudió sus reformas liberalizadoras en lo político y su amplio programa de privatizaciones en una economía fuertemente estatal como lo era, antaño, la turca. Para el 2007, cuando logró su segunda mayoría absoluta, el AKP había logrado atraer a prácticamente todo el centroderecha del país, así como a numerosos intelectuales liberales e incluso a un puñado de políticos socialdemócratas. Menos nacionalista que sus adversarios del centroizquierda laico, el AKP logró avances históricos en las relaciones con las minorías armenia, griega y kurda y en la neutralización del Ejército como actor político, hasta entonces temas tabú en Turquía.

El electorado turco sintió el "milagro económico" en su bolsillo --a pesar de que buena parte de este milagro se debió a espolear la burbuja de los créditos al consumo y al naciente mercado inmobiliario-- y recompensó al AKP con una nueva mayoría absoluta en el 2011. Erdogan, un hombre de ego ilimitado y que ha llegado a controlar su partido con mano de hierro, se sintió entonces justificado para dar rienda suelta a su ideario más conservador. El consumo de alcohol se ha dificultado mediante la subida de impuestos y restricciones horarias a su venta; miles de páginas web han sido bloqueadas y la libertad de prensa ha sufrido duros reveses (Turquía es ya el país con el mayor número de periodistas encarcelados en todo el mundo), y, sobre todo, se ha impuesto una moral cada vez más conservadora en las calles a través de generosas subvenciones a los seguidores del AKP y a diversas cofradías religiosas. También se intentó restringir el derecho al aborto, aunque debido a la polémica levantada, Erdogan hubo de envainarse su reforma.

Creciente autoritarismo

Todo el consenso que había despertado el AKP en su primera legislatura y media, se esfumó en apenas unos años merced a su creciente autoritarismo. Laicos, izquierdistas, homosexuales, nacionalistas turcos, nacionalistas kurdos, intelectuales, feministas, alevíes (un grupo musulmán heterodoxo), sindicalistas, empresarios... Erdogan ha conseguido ponerse en contra a un incontable número de actores sociales. El último de ellos es uno de sus antiguos aliados: el movimiento Hizmet, similar al Opus Dei, aunque en versión musulmana.