Publicada en El Periódico el día 21 de julio

Con sonrisa de niño bueno

Francisco Camps ha hecho de la política su vida desde que tenía 20 años. Y pese a sus maneras educadas, se ha deshecho de quien podía hacerle sombra hasta que el partido se ha deshecho de él

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PILAR SANTOS

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Francisco Camps (Valencia, 1962) puso ayer punto y seguido a su vida de político, una faceta que empezó a forjarse cuando apenas tenía 20 años y se afilió a la extinta Alianza Popular. Poco a poco fue escalando puestos (concejal, consejero, secretario de Estado...), hasta que en junio del 2003 consiguió que el PP ganara con mayoría absoluta las elecciones autonómicas en la Comunidad Valenciana.

«Vamos a empezar una nueva época», dijo por aquella época, una frase que parecía inocente y que no lo fue. Entonces, este hombre con sonrisa de niño bueno empezó a hacerse fuerte y a demostrar que sus maneras educadas escondían a un hombre combativo, capaz de sacarse de encima a todos sus enemigos. Camps acabó matando a su padre político, Eduardo Zaplana, que le había traspasado el poder en Valencia confiando en que podría manejarlo a su antojo desde Madrid. En unos pocos años, el presidente de la Generalitat de Valencia fue fulminando poco a poco a los zaplanistas y colocó a sus amigos (Gerardo Camps y Esteban González Pons, entre otros) en los puestos clave.

En los comicios autonómicos del 2007, logró revalidar la mayoría absoluta y consiguió que su voz tuviera un peso determinante en el funcionamiento interno del PP. Se pudo ver al Camps más confiado, no solo en sí mismo, sino también en su comunidad, a la que intentó atraer grandes espectáculos de interés internacional, como las carreras de fórmula 1, y visitantes ilustrísimos, como el papa Benedicto XVI.

Empresarios amigos

Fue a finales de su primera legislatura y, sobre todo, en la segunda cuando empezó a trabar una amistad muy estrecha con unos empresarios poco recomendables. El «te quiero un huevo» que le dijo a Álvaro Pérez Alonso, el Bigotes, el jefe valenciano de la red Gürtel, quedará para la historia. En esa conversación, grabada gracias a un pinchazo telefónico autorizado por un juez, el presidente autonómico y el Bigotes se felicitan las fiestas navideñas del 2008, y Camps se muestra muy cariñoso en todo momento con su interlocutor. «Feliz Navidad, amiguito del alma», le dice al máximo responsable de Orange Market, una de las empresas que se benefició ampliamente de los contratos de la Administración valenciana.

El significado último de esos regalos que supuestamente la trama de corrupción entregó a Camps y también a su esposa (que en una conversación asegura que esa vez se habían «pasado 20 pueblos» con el detalle) es el que ayer le obligó a dimitir de un cargo que, según había dicho alguna vez, ya satisfacía toda su ambición política.

Mariano Rajoy ha apoyado a Camps hasta el último minuto, hasta casi verlo en el banquillo. Ha sido su manera de agradecerle el apoyo que el dirigente valenciano, junto con Javier Arenas, le dio tras las generales del 2008, cuando Esperanza Aguirre amagó con dar un golpe de Estado en el PP.

Aquel gesto de lealtad que Camps tuvo con Rajoy lo colocó en una posición privilegiada de la que se ha aprovechado hasta que la situación ha sido insostenible a ojos del líder de los conservadores, que debe hacer frente a sus terceras legislativas en unos meses. Ahora habrá que ver cómo Camps consigue sobrevivir a la causa de los trajes. Algunos de sus amigos, no lo dan por acabado. «Volverá», dijo ayer Esteban González Pons.