El nuevo ciclo político
La sentencia sobre la inmersión fragmenta en tres el Parlament
El Tribunal Supremo (TS) se arrogó por un día el papel de chico malo que tenía el Tribunal Constitucional (TC) desde el recorte del Estatut. La sentencia que obliga a la Generalitat a adaptar el modelo de inmersión lingüística para garantizar el uso del castellano como lengua vehicular, junto con el catalán, en las aulas consiguió dividir en tres bloques a los partidos catalanes. No obstante, los dos grupos mayoritarios, CiU y PSC, imbuidos por el pacto de investidura que habían sellado horas antes, quitaron hierro al fallo del TS, frente a las voces que clamaban, de dos en dos, o bien por blindar la inmersión para sortear esta y cualquier otra resolución judicial o bien por acatar la sentencia y dilapidar el modelo lingüístico implantado en 1983.
Aunque acabó marcando el pleno, el debate se hizo esperar. Convergentes y socialistas eludieron tratar el asunto del TS en sus intervenciones, por lo que el president electo, Artur Mas, no hizo mención alguna hasta que le inquirió la popular Alicia Sánchez-Camacho. El gesto no era en balde. CiU y el PSC acababan de firmar un pacto de investidura que incluía el blindaje del sistema de inmersión lingüística, una cuestión en la que están de acuerdo ambas fuerzas. Pero, además, los dos partidos están intentando restar dramatismo a los efectos de la sentencia, al entender que estos se limitan a las tres familias denunciantes.
Cuando Camacho le preguntó si está dispuesto a cumplir el dictamen, Mas le dijo que sí. Pero ese sí significaba mantener intacto un sistema que el entonces todavía presidenciable considera cuestionado por el Supremo. «La sentencia no implica cargarse todo el modelo de inmersión lingüística. Es más, dice que hay que dar ayudas para normalizar la lengua catalana», afirmó. El líder de CiU abandonó el tono conciliador con el que trataba al PPC desde el lunes, cuando aún no tenía garantizada la investidura, y atacó duramente la postura conservadora.
«Ustedes quieren destruir las raíces, el núcleo duro y el alma del pueblo catalán», sostuvo Mas tras asegurar que los detractores de la inmersión en Catalunya están «en franca minoría». Incluso apostilló que la mayoría de castellanohablantes defienden este modelo «integrador». En su discurso, Camacho alternó el catalán y el castellano, un gesto característico de su rival en la cancha antinacionalista: Ciutadans. El líder de este grupo, Albert Rivera, ganó de nuevo la partida dialéctica al sugerir que Mas puede ser acusado ante la justicia de «insumiso» si se niega a cambiar el sistema educativo.
RESOLUCIÓN DE LA MESA / En el otro lado del ring, los partidos independentistas, ERC y Solidaritat Catalana, advirtieron, cada uno con su estilo, de que el fallo del Supremo no será el último que cuestionará el uso de la lengua catalana. El republicano Joan Puigcercós definió la sentencia como una «secuela» del recorte del Estatut por el TC y propuso que la Mesa del Parlament acuerde una resolución de rechazo a la sentencia del Supremo. ICV-EUiA también defendió la unidad de los grupos y un pronunciamiento de la Cámara catalana.
Sin defraudar a sus fieles, Joan Laporta tomó el atajo y reprendió a Mas por tratar de convencer a los catalanes de que aún es posible el entendimiento con España. «¿Cuántas sentencias más hacen falta para que se dé cuenta de que en Madrid no nos darán nada?», preguntó. Aunque fuese con fórceps, Solidaritat Catalana se situó en el bando de ERC.
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