Análisis

El complicado arte del apareamiento político

MARÇAL SINTES

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Subió al estrado el incombustible y siempre profesional Joaquim Nadal y lo primero que hizo fue sacudirse los mimos del presidente en ciernes. Los diputados socialistas «no votarán [a favor de] su investidura», aclaró a Artur Mas, para recalcar a continuación que los seis diputados que le faltan a CiU para la mayoría absoluta continúan faltándole. Luego, tras decir -¿era realmente necesario?- que el grupo socialista debe ser fiel a su electorado, proclamó algo («nuestros programas son radicalmente diferentes») que, en fin, modestamente me atrevo a poner en duda. CiU y el PSC se asemejan más, mucho más, de lo que a sus dirigentes les gusta y les conviene reconocer. En numerosos aspectos, CiU y el PSC son más parecidos entre ellos que cualquiera de los dos con ningún otro partido.

Por ejemplo: ambos son partidos de gobierno, serios y que aspiran a la centralidad sociopolítica. Por eso ayer sucedió lo que, se mire como se mire, era lógico. El PSC se abstuvo y facilitó la investidura de Mas a cambio, naturalmente, de las obligadas compensaciones. Tras el jarro de agua fría al candidato, dirigido sin duda a tranquilizar a los diputados socialistas, aturdidos todavía tras la debacle electoral del 28-N, Nadal justificó la operación no solo por los acuerdos alcanzados, sino también porque los socialistas consideran que es eso lo que los catalanes esperaban de ellos.

A continuación le llegó el turno a Alicia Sánchez-Camacho. Se la notó bastante molesta con Mas. En al menos un par de ocasiones le reprochó tajantemente haber preferido a los socialistas y no a ella. Mucho menos rotundo estuvo Joan Puigcercós poco después. La verdad es que durante el debate de investidura dio la impresión de que el republicano tenía la cabeza más en el lío monumental en su partido que en el hemiciclo. Sea como fuere, perdió la oportunidad de situarse, apostando por la abstención, en la centralidad. Sánchez-Camacho había exhibido la reciente sentencia del Tribunal Supremo -al igual que hizo Albert Rivera- sobre la enseñanza en catalán. Debería entender la popular que esa sentencia y otras que puedan llegar no hacen otra cosa que distanciar a CiU del PP.

Aunque haya mostrado sus preferencias (PSC y ERC), Mas no tiene ninguna intención de casarse con nadie. Menos todavía cuando las elecciones municipales asoman en el horizonte político. CiU aspira a conquistar Barcelona y algunos otros municipios importantes. La investidura de Mas de la mano del PSC es seguramente, desde esta óptica, la opción menos mala. En cuanto al PP, el pacto, si finalmente llega, no se producirá hasta después de las elecciones españolas del 2012. Y, en todo caso, será el PP quien deba pagar un precio por el apoyo de CiU. Un precio que debe ser, va a ser, alto, altísimo.