análisis

Aprobado en participación

Xavier Bru de Sala

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La participación ha superado todas las previsiones y se aproxima a las cifras habituales de las autonómicas en los últimos dos decenios. Lo que más destaca, sin embargo, es la diferencia de unos 10 puntos entre las previsiones de hace pocos días, que en algún caso anunciaban o temían una abstención por encima del fatídico 50%, y la participación real, que roza el 60%. Entre cuatro y seis puntos por debajo de los máximos en las elecciones catalanas. En este sentido, volvemos a la normalidad.

Enhorabuena a los políticos, pues. Muy por encima de ellos, enhorabuena a la ciudadanía. Un número muy y muy importante de personas con derecho de voto, aproximadamente medio millón, se lo han repensado y finalmente han decidido contribuir a legitimar al Parlament, el Govern, el nuevo president y las decisiones que tomen. No sabemos a estas alturas hasta qué punto tendremos un Govern fuerte como reclamaba Artur Mas -aunque si resulta débil no será por los resultados de las urnas, sino por las dificultades estructurales-. En todo caso, es seguro que tendremos un Govern muy legítimo.

Dicho esto,los políticos, todos, y de manera especial la amplia mayoría que conforma el catalanismo en su acepción menos estricta, deberían tomar nota del significado de la abstención, pese a todo alta. También del voto en blanco, con casi un 3%, que casi ha conseguido entrar en el Parlament en forma de censura explícita. Persiste, pues, la desconfianza, sobre todo -pero no solamente- entre quienes se han abstenido o han votado en blanco. Persisten el rechazo y el distanciamiento, pese al entreacto o la tregua electoral. No es ningún disparate, supongo, afirmar que la convicción entre un número no cuantificable, pero elevadísimo, de quienes han ido a votar es escasa. Hay mucha prevención, mucha reserva, mucho escepticismo.

De la acción política, que se inicia en el contexto más difícil de las seis últimas legislaturas, dependerá que la distancia se consolide o se convierta en aprobación, y en adhesión. De manera especial el catalanismo, porque el llamado espíritu del 10 de julio no ha comparecido como tal. La corriente de fondo más o menos soberanista que va cogiendo grosor en la sociedad catalana, aunque quizá no es mayoritaria, no ha aflorado.

Freno del soberanismo

La abstención, combinada con los excelentes resultados de CiU, contribuye a situar a Catalunya en una nueva vía, pero a la vez constituye un cierto freno del soberanismo. El mandato de quienes no han ido a votar exige ir con pies de plomo. Por una parte, el rechazo de la continuidad o de los llamados atajos. Por otra, el mandato de abrir una nueva etapa en Catalunya, que podríamos considerar una nueva oportunidad y con el derecho a decidir no situado en el escenario o de protagonista, sino en la reserva. El tripartito, visto en su conjunto, ha decepcionado más allá de las peores calificaciones. La vía de la transformación de España, vía nuevo Estatut, ha fracasado. No tanto por efecto de la alternancia, sino porque la abstención la ha castigado con un voto de censura más que contundente. Esto cierra una vía, una expectativa. Pero no abre nada de manera decidida o clara.

La lectura que hago de las elecciones a partir de la abstención señala una reserva nacionalista de un grosor considerable (incluso con la novedad, altamente significativa, de 76 diputados que se declaran soberanistas o partidarios sin tapujos del derecho a decidir). Pero también reserva de voto en clave española. Cuando se movilice un voto, quizá se movilizará el otro. En todo caso, tanto o más que del soberanismo, depende de quien más ha sufrido el retroceso de la abstención, los socialistas. De cómo se replanteen dependerá en muy buena medida el futuro del catalanismo y el de Catalunya.