A la sombra de Mas

Hora de saldar deudas

RAFAEL DE RIBOT

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Tras el terremoto Shakira y el tándem Zapatero-Montilla, esta noche le toca el turno a Artur Mas en el Sant Jordi. Los nacionalistas intentarán dar un último impulso a la campaña para hacer crecer la ola que esperan que lleve a su candidato hasta la plaza de Sant Jaume. En cualquier caso, ni ellos ni nadie esperan a estas alturas ningún tsunami. Primero, porque si no han arriesgado hasta ahora no tendría ningún sentido cambiar de estrategia en el último momento; pero, además, todos son conscientes de que no tienen un candidato especialmente capaz de agitar a las masas, ni muy dispuesto a ello.

Mas no es un mitinero. Es un político hábil con la palabra, pero cuanto más reducido es el auditorio, más cómodo se siente. También en esto ha evolucionado, ha ganado en seguridad y ha aprendido a sobreponerse a la timidez. En cualquier caso, si hay alguna diferencia entre los mítines de esta campaña y los de las anteriores no está en el orador, sino en los asistentes. Hace siete años, pero también hace cuatro, los militantes nacionalistas iban a los actos de campaña a examinar a su jefe de filas más que a escucharle. Acostumbrados a otras proclamas, a otras personas, a otras épocas, no podían evitar la comparación; muchos no conectaron a la primera, ni a la segunda, y salían decepcionados, dubitativos, cabizbajos, casi derrotados. Hoy las cosas son distintas. La mayoría llegan ya entregados, dispuestos a aplaudirle, haga lo que haga, diga lo que diga, como si se vieran obligados a saldar una deuda pendiente.

Los mítines son un anacronismo, una rémora del pasado que solo tiene razón de ser como animado escenario colorista, pero los partidos los defienden como una manera de mantener animada «a la tropa». En este caso han servido para arropar «al jefe».