Los verdaderos debates para el futuro

Un momento clave

Los dos retos del nuevo Govern son la competitividad y conseguir el respeto del sistema financiero

JOSEP PIQUÉ

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El director de EL PERIÓDICO me ha pedido una opinión ante el proceso electoral catalán. Como algunos de los lectores sabrán, yo renuncié al debate político coyuntural y partidario hace ya algo más de tres años. No quiero romper con ese compromiso personalmente autoimpuesto, aunque tampoco renuncio a tener algo que decir. Porque, aun sin entrar en el rifirrafe electoral, es cierto que estamos ante las novenas elecciones al Parlament de Catalunya desde la recuperación de la autonomía gracias a la Constitución española de 1978 y al añorado -y mucho mejor que el actual, que es un auténtico churro- Estatut de 1979. Y, evidentemente, algo puede decirse desde la perspectiva de un ciudadano como yo, interesado por la cosa pública.

La primera consideración es que deberían ser unas elecciones, por consiguiente, normales. Es decir, para permitir a los ciudadanos dirimir entre programas políticos que puedan afrontar los grandes retos que Catalunya tiene como sociedad, en el conjunto de España y en el marco europeo al que pertenecemos.

Pero, como siempre ocurre aquí, las elecciones no son normales. Porque no es normal estar permanentemente discutiendo sobre qué queremos ser de mayores, o sobre si el problema es nuestro encaje en España, o sobre si todo se solucionaría gracias a un ilusorio concierto económico que no tiene ningún encaje constitucional… Allá todos aquellos que quieran centrar el futuro debate político en cosas imposibles. Y, por ende, frustrantes…

Pero los problemas de Catalunya -de los catalanes- son otros. Estamos ante una crisis económica y de empleo que es la peor que podamos recordar. Estamos ante una evidente pérdida de peso específico como economía y como referente cultural y social. En resumen, debemos asumir algo evidente: hemos dejado de ser admirados y, por lo tanto, objeto de emulación; y hemos pasado a ser ejemplo de mal gobierno, de ensimismamiento social y cultural, y de decadencia…

Algo puede haber de injusto en todo esto. Sin duda. Porque la sociedad catalana y, sobre todo, su tejido empresarial siguen siendo algo profundamente admirable. Pero es obvio que ya no somos lo que éramos y, desde luego, nada tenemos que ver con lo que en algún momento algunos todavía creen que somos. Dicho en corto: ni somos ya un referente que nadie discutía.

Catalunya necesita un revulsivo. No necesita ni excusas de mal pagador ni lamentos de plañidera. Necesita un programa de recuperación que se base en nuestros propios recursos. Como siempre que Catalunya ha progresado históricamente. Sobre sus propias fuerzas. Como sociedad que creyó en sí misma. La fuerza de la llamada sociedad civil.

La mítica sociedad civil catalana. Que, déjenme que les diga, ya apenas existe. Ha sido subsumida por el poder político. El que todavía existe o el que, presumiblemente, va a venir. Solo nos queda -y no es poco- La Caixa y su entorno. Algunas veces pienso en los directivos de esa vital institución y deseo que sean conscientes de su papel, que va mucho más allá de sus responsabilidades específicas y que va a marcar buena parte de lo que Catalunya pueda ser en el futuro.

Pero vuelvo a las elecciones del próximo día 28. Y al debate realmente clave: qué hacer para que Catalunya recupere competitividad, capacidad para generar empleo, y vuelva a ser referente de progreso para toda España.

Seamos claros: no es posible crear un marco catalán específico de relaciones laborales, ni un espacio igualmente específico para la innovación, ni políticas macroeconómicas propias, pero sí que caben ciertos márgenes de maniobra.

Cabe centrar los esfuerzos presupuestarios en la competitividad, y no en los aspectos ligados directamente a la identidad. Y cabe generar credibilidad financiera.

Por ello, el principal problema que va a tener que afrontar el próximopresidentno es solo que se va a encontrar con la caja vacía. Ni tan siquiera que va a encontrarse con los cajones llenos de facturas pendientes. El principal problema es que va a tener que hacer frente a la escasa capacidad de endeudamiento de la institución.

Si no se resuelve este problema, la capacidad de gobernar será muy limitada. No podrán licitarse obras nuevas, ni acometer políticas de ningún tipo. Solo sobrevivir, y a duras penas.

Ese es el auténtico reto: convencer al sistema financiero de que, a pesar de todo, la Generalitat merece, aún, crédito. A todos nos conviene que así sea. Y después ya habrá tiempo para depurar responsabilidades. Porque haberlas, haylas. Y todos sabemos dónde.

Una auténtica pena. Ojalá reaccionemos. Y que lo haga una renacida sociedad civil aunque sea resurgiendo de sus cenizas. Porque, si no, Catalunya dejará de ser definitivamente un referente. Y, aunque parezca lo contrario, no hablo de política. Hablo de sociedad, de economía y de cultura. Hablo de liderazgo. Y, evidentemente, de su ausencia. Ojalá no sea irreversible. En el pasado hemos superado situaciones todavía más difíciles. Economista y exministro.