El desplazamiento de las viejas hegemonías

Cambiar no es volver al pasado

El 28-N aparece como un plebiscito entre los partidarios y los contrarios a un referendo para decidir

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Joan Manuel Tresserras

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La manifestación del mes de julio por las calles de Barcelona expresaba sentimientos e inquietudes muy variados. De hecho, han sido evaluados de modo distinto por las formaciones y personas que participaron en ella. A mí me pareció una especie de consagración del independentismo multitudinario. Aun así, faltaba la representación de muchos grupos sociales del país, pero sin que estuviera solo el núcleo militante. A partir del 10 de julio, el soberanismo es una pieza central evidente -significativa ya lo era antes- de la política catalana.

En dos décadas, el horizonte de la independencia de Catalunya ha pasado de la marginalidad y la actitud testimonial a una presencia pública muy relevante. Pero no es casualidad. Ni la manifestación, ni las consultas, ni las conversiones de viejos iconos autonomistas, ni los desplazamientos de posición de intelectuales federalistas. Nada de eso es casualidad. Tiene que ver, sobre todo, con la reactivación y renovación de ERC, a finales de los 90, hacia el establecimiento de un independentismo de izquierdas democrático, abierto, inclusivo y desacomplejado. Y con la apuesta posterior de la propia ERC por unos gobiernos de izquierdas comprometidos social y nacionalmente.

¿Cuáles han sido los argumentos del ciclo iniciado en el 2003? Alternancia política después de 23 años, prioridad para las políticas sociales y de acogida, ensanchamiento de las bases sociales del catalanismo, prioridad a la articulación del país en torno a las infraestructuras y el equilibrio territorial en la asignación de los recursos -escuchen el testimonio de las autoridades locales-. Y haber puesto en el punto de mira el objetivo de un país más soldado y cohesionado nacionalmente. Pero, al mismo tiempo, indignado por los desaires y obstáculos aparecidos durante la tramitación y el despliegue estatutarios, la negociación de transferencias y traspasos, o un tratamiento fiscal injusto.

La sensación de final de etapa y de cambio de ciclo no depende tanto de la erosión de la marcatripartitocomo de la conciencia de que el espejismo de un Estado español plurinacional, pluricultural y plurilingüe ya se ha desvanecido. Por eso las próximas elecciones aparecen, para una parte importante del electorado, como un plebiscito. Entre los partidarios y los contrarios a la convocatoria de un referendo sobre la articulación política futura del país. Entre los defensores de la radicalidad democrática y de asumir los riesgos de preguntar a la gente, al pueblo soberano; y los inclinados a una prudente dilación de la cuestión a la espera de hipotéticas maduraciones. Así pues, ¿quién quiere referendo y quién no?

El cambio, en Catalunya, ya está en marcha desde hace tiempo; es profundo y atraviesa la estructura social. Se trata de una transformación de gran alcance por el desplazamiento de unas viejas hegemonías seculares. Los sectores dirigentes tradicionales han perdido la capacidad de orientar y condicionar el proyecto de país. Y el vacío dejado aún no ha sido ocupado por nadie. Esto explica las dudas y vacilaciones de nuevos emprendedores, profesionales, cuadros o dinámicos núcleos trabajadores, y de sus expresiones políticas. Esta es la primera línea del relato: el desplazamiento de hegemonía en Catalunya de un bloque histórico por otro. Para el primero, Catalunya ha sido siempre un espacio subalterno, subsidiario, dependiente. Para el segundo, el nuevo, existe la oportunidad de concebir Catalunya como sujeto y espacio histórico y político primordial, maduro y completo. Con derecho, pues, a decidir. Decidir su futuro, su modelo social y económico, sus vínculos con los otros sujetos y espacios, la naturaleza de su estado particular. Decidir el blindaje jurídico e institucional más adecuado para la defensa de los propios valores, del marco de igualdad, justicia y libertades elegido.

Cuando ERC habla de país en construcción, de constituir un nuevo tipo de nación global, adaptada a la globalización, de la diversidad y convivencia de diferentes sistemas de valores, habla de esto. De definir democráticamente un proyecto colectivo a partir de las condiciones que la época impone y de los deseos e inquietudes de la mayoría. Bien lejos de aquellos para quienes el cambio solo es volver a ocupar la cabina de mando. Para ir a no importa dónde, porque lo que cuenta es que ellos tienen vocación de piloto. De hecho, no proponen un cambio, sino un regreso. El regreso a una clase de orden natural de las cosas que establece su superior idoneidad para administrarsupaís. Por eso han proferido permanentes proclamas desde la oposición vaticinando el apocalipsis y denunciando lo mal que iba todo... porque el Govern de izquierdas, decían, no sabía volar.

Las elecciones son un momento excepcional para tejer complicidades y responsabilidades. A estas alturas ya sabemos cuál es la opción política favorita del gran partido españolista de derechas (PP) y del correspondiente de centroizquierda (PSOE). Sabemos quién quieren que gobierne en Catalunya y quién no, y quién prefieren de socio en Madrid. Unos y otros coinciden. Es difícil de entender, pues, que la Catalunya ilusionada, pero indignada, del 10-J pueda acabar renunciando a la ilusión y dando el voto y la razón política a esa España que está en el origen de su indignación.