La opinión

Dónde ponemos la línea de meta

IÑAKI GONZÁLEZ

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No han pasado aún dos meses del anuncio de suspensión de acciones violentas por parte de ETA, pero el grado de credibilidad de lo que está sucediendo en el seno de la izquierda radical aberzale ha ganado enteros. Aquel anuncio, insuficiente aún hoy para habilitar espacios de diálogo, era un paso imprescindible en la travesía de la organización terrorista hacia su desaparición final y exige en el futuro inmediato que se sustente con otros pasos más firmes en esa dirección. Es un proceso que debe interiorizar y digerir la banda y en el que deberá asumir que su propia fiabilidad depende del grado de control externo de su actividad que esté dispuesta a facilitar. Una tregua verificable es hoy una exigencia que le llega a ETA desde todas direcciones: desde los partidos políticos, desde los mediadores internacionales y desde la propia estructura política de la ilegalizada Batasuna.

En paralelo, se puede dudar de la capacidad del movimiento aberzale radical de imponer un calendario a ETA en función de sus propias necesidades, que son imperiosas y tienen un horizonte electoral en mayo próximo. Pero parece inequívoco que hay una apuesta firme por las vías exclusivamente políticas. Una convicción nacida del pragmatismo y de constatar durante una década su papel gregario en las sucesivas experiencias de Lizarra y Loiola.

El coste de intentar el fin

Cuando ETA rompió la primera, provoco la mayor fractura de sus activos sociales, con el nacimiento de Aralar; con la segunda, Batasuna se vio condenada al ostracismo y la cárcel por la bomba de la T-4. Voces centrales de ese mundo asumen ya que la actividad política excluye la violencia. Lo admitía de modo nítido recientemente Arnaldo Otegi en una reflexión que ya manejaban él mismo yRafa Díez Usabiagacomo base de la refundación de Batasuna.

Más allá de las lógicas suspicacias hacia quienes se las han ganado a pulso, se atisba una posibilidad de que ETA, derrotada social y políticamente, admita su final. El gato escaldado huye del agua fría y no se puede reprochar al Gobierno vértigo por el coste político de intentar de nuevo el fin del terrorismo. Porque contarle esto a la opinión pública española tiene un coste. Un coste que el PP va a girar sin el menor sentido de Estado, instalado en un discurso que enreda prioridades y sostiene que la paz y la normalización pasan porque Batasuna no vuelva a la política. Su argumento es falaz. Puede ser útil para sus intereses que la vigente situación se perpetúe y siga dando configuraciones institucionales ajenas a la realidad sociopolítica de Euskadi.

En ese marco, el rechazo inequívoco de la violencia que antes era clave, y del que nació Aralar, ya no es suficiente. En consecuencia, el líder de los populares vascos,Antonio Basagoiti, sugiere cuatro años decuarentena sin ETA desactivando electoralmente en ese tiempo a una parte del nacionalismo. Son garantías para su propio proyecto, pero no para la paz. Batasuna da pasos que solo le corresponden a ella y no se trata de facilitarle atajos; basta con no debilitarla frente a ETA alejando la línea de meta.