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¿Quién manda en CiU?

DAVID Miró

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Para entender la actitud defensiva deArtur Masen elcaso Convergència, su enrocamiento, su discurso victimista, incluso su semblante doliente, hay que mirar atrás, al momento exacto en queJordi Pujolle comunica que será su sucesor e inicia un tortuoso camino por ser alguien más allá de un simple hereu, el sucesor de un mito viviente y el albacea de un legado envenenado: 23 años de gobierno, con sus luces y sombras, y la constatación de que se ha llegado a un final de etapa.

El esfuerzo deMasdesde entonces ha sido titánico y los resultados avalan la trayectoria de un hombre que ha guiado a los suyos sin desfallecer y manteniendo unida a la manada. Se podría decir que el paso por la oposición ha convertido aMas de simple hereu a líder, capaz de marcar distancias con su mentor (aunque sea a través dePilar Rahola). Pero he aquí que el escándalo del Palau y las conversaciones delcaso Pretoria echan por tierra ese relato yMasaparece como un rehén del pasado que no ha sabido o no ha podido ganarse el respeto de la vieja guardia. Su liderazgo se revela como más aparente que real.

Existe, por supuesto, otra explicación sobre su comportamiento. Pasaría decir que se limita a aplicar el métodoRajoyen elcaso Gürtel, es decir, negarlo todo hasta donde sea posible, atribuir la operación a una maniobra del Gobierno e intentar dilatar los procesos judiciales. Esta estrategia tiene la ventaja de que mantiene unido y tensionado a tu electorado, pero para tener éxito necesita de unos altavoces mediáticos fieles y disciplinados. Puede queArtur Mashaya llegado a la conclusión de que a pocos meses de las elecciones esta es la mejor manera de salir del paso, aunque el mapa mediático catalán no sea tan sectario como el español, y seguro que una mayoría de sus asesores comparte esta tesis.

Pero hay algo que no cuadra. Cualquiera que conozca aArtur Masy haya seguido su carrera política sabe que tiene un alto sentido ético y que desprecia el cinismo que destila la política. En el plano moral es inmune a la corrupción y siente aversión a la ostentación de la que hacen gala algunos miembros de su clase social. No es comoRajoy, doctorado en medias verdades. Él fue el primero que se mostró partidario de devolver todo el dinero cobrado al Palau de la Música a través de unos oscuros convenios que a la postre se demostraron ilegales. Pero hacer efectiva esa decisión le costó casi un mes. La resistencia fue numantina. Por eso no creo que el aún líder de la oposición comparta la estrategia actual. El problema es que no puede hacer otra cosa. Alguien le ha dejado claro que para mandar de verdad primero hay que serpresident. Y, para serlo, tiene que someterse a ciertas reglas, la primera de las cuales es no cuestionar el pasado.