CRÍTICA DE CINE

'El pájaro pintado': una serie de estéticas desdichas

El famoso libro de Jerzy Kosinski ha sido transformado en casi tres horas de estilizado sufrimiento

Estrenos de la semana. Tráiler de 'El pájaro pintado'

Estrenos de la semana. Tráiler de 'El pájaro pintado'. / periodico

Juan Manuel Freire

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"La luz solo es visible en la oscuridad", reza el póster internacional de 'El pájaro pintado'. Eslogan engañoso donde los haya para una película que básicamente repite una sola nota, la del dolor y la oscuridad, durante sus casi tres horas de metraje, exagerada duración para la adaptación de un libro tampoco tan extenso, aquella especie de (falsa) memoria del Holocausto escrita por Jerzy Kosinski en 1965.

En la película asistimos, primero con turbación, después con cansancio y al final anestesiados, a los sufrimientos vividos por un niño judío (Petr Kotlár) mientras deambula de una aldea de la Europa del Este a otra, de manos de una persona abusiva a otra, en los estertores de la segunda guerra mundial. El vagabundo recibe palizas, sufre abusos sexuales y está a punto de ser aniquilado por cuervos carroñeros cuando le entierran de cabeza para abajo.

Cuando no está soportando la violencia, la está observando. En uno de los momentos más feroces de la película, un molinero (Udo Kier) se sirve una cuchara para arrancar los ojos al hombre que, según sospecha, está interesado en su mujer. Los dos ojos, no solo uno, como hacían al pobre Adeel Akhtar (también con cuchara) en la serie 'Utopía'. Tras sufrir y ver tanto dolor, el protagonista acaba en carcasa de sí mismo, igual que Jim (Christian Bale) al final de 'El imperio del sol'.

Pero el director y guionista Václav Marhoul no parece querer seguir tanto la estela de Spielberg como la del Klímov de 'Masacre (ven y mira)', otra devastadora historia de guerra desde la perspectiva de un niño. Aquí no se consigue la misma sensación de inmersión ni el mismo grado de verdad. Hay algo ligeramente sospechoso y disonante en esa reluciente austeridad (cuidado blanco y negro en 35 mm), esa virtuosa captura del dolor, esa insistencia en enmarcar la abyección en composiciones de elegancia extrema.