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Opinión | Gárgolas
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El poeta tendría que ser sagrado

Pasolini fue capaz de prever los cambios de paradigma de la sociedad capitalista

'Pasolini, masacre de un poeta’, de Simona Zecchi: 50 años de misterio

Pier Paolo Pasolini, de cuyo asesinato se cumplen 50 años el 2 de noviembre.

Pier Paolo Pasolini, de cuyo asesinato se cumplen 50 años el 2 de noviembre. / EP

Hay una escena de 'Caro Diario' (1993) en la que Nani Moretti circula con su vespa por las playas de Ostia, cerca de Roma. Dura cinco minutos y solo hay unas brevísimas palabras en 'off' donde explica que no sabe por qué todavía no ha estado nunca en el lugar donde asesinaron a Pasolini. Después, un solo de piano de Keith Jarrett que acompaña a la moto por unas calles dejadas de la mano de Dios, polvorientas, llenas de desechos, con chabolas junto al mar y con tristes edificaciones de planta baja. Deambulan por allí veraneantes y se ven, de vez en cuando, sombrillas y familias que aprovechan una mañana de verano. El escenario es desolador, una playa ancha y sin vegetación, africana, envuelta en miseria, con estacas y vallas que la separan de la carretera, una carretera estrecha, con coches aparcados en la acera sin asfaltar. Moretti tiene la habilidad de construir la escena con planos largos, siempre de espaldas, la vespa al fondo, para que nos fijemos en la playa sin forma, en los carteles de promoción clavados en la arena, en las casas baratas, en los senderos que no llevan a ninguna parte, en los contenedores rebosantes de basura. Solo al final, cuando llega al Idroscalo, al lugar del asesinato, la cámara se acerca, Moretti baja de la vespa y contempla el espacio siniestro y la abyecta escultura que encargó el ayuntamiento de Roma en memoria de Pasolini y que quiere representar a una paloma abatida o a un hombre que exhibe un libro en señal de lucha, depende del ángulo que contemples. Al lado (escenario desolador, vuelvo a decirlo), una portería de fútbol en precario que muy probablemente ya estaba allí esa noche del 2 de noviembre de 1975. Ahora, por lo que sé, el espacio es más amable. Hay un círculo alicatado que rodea el monumento, con vegetación alrededor e incluso con casitas de observación de aves.

Las imágenes de Moretti hacen que volvamos a aquella noche trágica. Están rodadas casi veinte años después del asesinato, pero podemos pensar que el lugar de los hechos era prácticamente igual. Resuenan las palabras que dijo Alberto Moravia el 5 de noviembre de 1975, en el funeral de Roma: “Esta imagen me persigue, la de Pasolini huyendo a pie, perseguido por algo sin rostro que le causó la muerte”. En aquella oración –porque fue una oración laica– el amigo poeta que habla del poeta amigo, un Moravia anciano y emocionado, sentó las bases espirituales (“Aquello que permanece lo fundan los poetas”, decía Hölderlin) de la poesía: “Cualquier sociedad estaría contenta de tener a un Pasolini en sus filas. Antes que nada, hemos perdido a un poeta, y poetas no hay tantos en el mundo, solo nacen tres o cuatro en un siglo. Cuando acabe este siglo, Pasolini será de los pocos que contarán como poetas. El poeta tendría que ser sagrado”.

Y es como poeta que rememoramos hoy a Pasolini. Y como profeta, con la lucidez de quien fue capaz de prever los cambios de paradigma de la sociedad capitalista y de la íntima relación entre el consumismo arrollador y la devastación ideológica y política de la sociedad.

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