Opinión | Palestina
La conquista del Oeste a orillas del Mediterráneo

Los palestinos desplazados recogen la ayuda alimentaria que entró en el sur de la Franja de Gaza a través del Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas en la zona de Wadi Gaza, en el centro de Gaza. / Ahmad Salem/Bloomberg
Palestina, como sujeto de derecho, como país, está condenada. Es cuestión de tiempo. Sólo es una cuenta atrás. La batalla por el territorio no tiene vuelta de tuerca. No sólo sigue menguando desde 1948 la tierra donde viven los palestinos. Ahora lo hace a un ritmo vertiginoso, acelerando en Cisjordania. Los colonos toman olivares, colinas y casas a punta de metralleta, parapetados tras el Tsahal, con un desparpajo nunca visto. Y absoluta impunidad.
El problema, en todo caso, es qué hacer con esos cinco millones que viven en Gaza y Cisjordania que Trump y Netanyahu querrían hacer desaparecer, como esos otros cinco millones de palestinos que siguen hacinados en inmensos campos de refugiados en el Líbano, en Siria y en Jordania mayormente.
Pero siendo éste el principal problema desde el alumbramiento de Israel, otro problema creciente amenaza al país de los judíos. La lucha entre el mundo religioso y el secular que progresa, sin duda alguna, a favor de los primeros. La democracia israelí vive cada día más condicionada por una sociedad que no sólo se inclina a una derecha cada vez más extrema si no con un peso cada vez mayor de la ortodoxia.
Se estima que en Jerusalén son ya más de un 50 por ciento los ortodoxos. Y entre éstos la mayoría se identifican como haredim, ultraortodoxos, los temerosos de Dios, aquellos que viven en barrios como Mea Sharim, dedicados al estudio de la Torá, ellos. Y a procrear, ellas, con un índice de natalidad que permite aventurar que cada año van a representar un porcentaje mayor en la sociedad israelí. Por el contrario, en Jerusalén, los judíos laicos son ya menos del 20 por ciento.
Israel suele ser alabado, frente al mundo árabe, por su vocación y carácter occidentales. Una democracia rodeada de regímenes dictatoriales e islamistas. Un oasis. Esa es, a menudo, la virtud que suelen destacar los valedores de Israel y de un sionismo que no es exactamente lo que imaginó Theodor Herzl. Los pioneros kibutz son hoy una entelequia que nada tienen que ver con el movimiento colono que cuenta en sus filas con una notable presencia de estadounidenses que parecen emular la conquista del Oeste a punta de pistola frente a las flechas de los desdichados pieles rojas.
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