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Opinión | Películas
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Un miedo de mentirijillas

Lo cierto es que suelo evitar el cine de terror: para sufrir ya tengo al Barça

Anthony Hopkins, en una escena de 'El silencio de los corderos'.

Anthony Hopkins, en una escena de 'El silencio de los corderos'.

Todos los Santos. Cementerios. La castañada. Halloween. El precio de los 'panellets'. Como estos días recordamos a nuestros muertos y jugamos a caminar por el lado oscuro de la vida, en la radio preguntan a los tertulianos qué películas les han dado más miedo. Entre la sangre a borbotones, los asesinos en serie, el terror psicológico o la angustia existencial distópica, todos hurgan en la memoria por citar títulos que les dejaron despavoridos. Entre otras salen 'Rebecca', de Alfred Hitchcock, 'Funny Games', de Michael Haneke, o 'El silencio de los corderos', de Jonathan Demme.

Son películas de hace años y podríamos llamarlas de terror adulto: nos dan miedo porque creemos que aquello podría pasarnos a nosotros. Cuando las vi también me dejaron clavado en la butaca. Luego están esas otras películas que son de género, autoconscientes, y que estos días viven una segunda juventud: las miras porque precisamente esperas que te provoquen terror. Pienso en las adaptaciones de Stephen King, por ejemplo, o en las historias típicas de adolescentes que se refugian en una casa abandonada y van muriendo todos, uno por uno. En mi recuerdo son filmes que vi de muy joven y, si me impactaban, eran sobre todo por la oscuridad del cine, la música horripilante y los gritos de los espectadores. Ahora que las plataformas nos las ponen a un clic, hay tres filmes que no he olvidado: 'Viernes 13', con esa escena final de taquicardia pura (decidí no ver ninguna más de la saga); 'El barco de la muerte', con resonancias nazis y una piscina de cadáveres medio descompuestos que todavía hoy me da asco, y 'Scanners', de David Cronenberg, con unos tipos que con su mente hacían explotar la cabeza de la gente: volviendo a casa me tomé mi primer Gelocatil.

Lo cierto es que suelo evitar el cine de terror: para sufrir ya tengo al Barça. Ayer, el compañero Josep M. Fonalleras escribía aquí mismo que hoy no nos dan miedo los disfraces de muertes vivientes, lo que nos aterra es que la ficción acabe siendo un documental. Coincido con él: quizás por Halloween nos refugiamos tanto en el miedo de mentira para distraernos de la amenaza real, ese terror futuro que es una pesadilla diaria.

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