IA y envejecimiento: retos para el crecimiento económico
España se enfrenta a un doble desafío que podría desencadenar una economía de bajo dinamismo, alta desigualdad intergeneracional y riesgo para el Estado del bienestar
Un nuevo chip que combina almacenamiento y procesamiento podría hacer avanzar aún más a la IA

Leonard Beard. / 5
Dos grandes transformaciones marcarán el rumbo económico y social de España en los próximos años: el envejecimiento demográfico y la revolución tecnológica basada en la inteligencia artificial (IA). Ambos fenómenos comparten un efecto común a medio plazo —la reducción de la ocupación—, mientras que su impacto sobre la productividad podría ser opuesto: el envejecimiento tenderá a reducirla y la IA a impulsarla. El resultado sobre el crecimiento económico dependerá de la combinación de ambas variables, pero el bienestar económico (medido en términos de renta disponible por habitante) podría empeorar si no se adoptan medidas eficaces con anticipación. Veamos por qué.
Por un lado, la IA ya está destruyendo empleo entre los jóvenes, porque ocupan puestos de trabajo que son más fácilmente sustituibles por algoritmos, mientras que afecta menos al empleo sénior, tal como ha mostrado el 'Financial Times' para Estados Unidos. De mantenerse esta tendencia podría ampliarse todavía más la brecha intergeneracional, además de generar un nuevo problema: sin jóvenes que aprendan hoy, no habrá séniors experimentados en el futuro.
Respecto al envejecimiento, las previsiones son abrumadoras y, además, dejan poco margen de error porque el futuro en demografía se escribe con anticipación. Según las proyecciones del INE publicadas en junio de 2024, en el año 2050 el 28% de la población española tendrá 67 años o más, frente al 18% actual. Por lo tanto, la población jubilada pasará de 9 a 15,2 millones (un 70% de crecimiento), mientras que la población en edad laboral central (25-55 años) se mantendrá prácticamente estable en 21 millones, reduciendo su peso relativo del 43% al 38%. El conjunto de la población española pasará de los 49,3 millones actuales a los casi 55 millones en 2050. Este incremento de 5,6 millones será únicamente población de más de 67 años, ya que la comprendida entre 0 y 66 años se reducirá un 1,6%. Todo ello incluso considerando, según el INE, que la población nacida en el extranjero aumentará en 8 millones y la nativa se reducirá en 2,5 millones, lo que comportará que una de cada tres personas residentes (el 32%) haya nacido en el extranjero en 2050.
Este cambio demográfico tendrá varias consecuencias relevantes. Por un lado, la menor proporción de población activa en edad de innovar y emprender limitará el crecimiento de la productividad y el potencial económico del país. A su vez, el sector público se tensionará: la suma del gasto en sanidad, dependencia y pensiones ya absorbe el 21,4 % del PIB en España, y con el aumento de personas mayores este gasto irá a más. Financiar este incremento del gasto público será complejo, porque la IA y la automatización dependen más de maquinarias y algoritmos que son difíciles de fiscalizar, y menos del trabajo humano, que genera claros ingresos impositivos y cotizaciones sociales para pagar las pensiones.
En tercer lugar, el envejecimiento transformará las pautas de consumo y, con ellas, la estructura productiva del país. Las personas mayores consumen menos bienes duraderos -coches, tecnología o vivienda-, pero más servicios de bienestar, cuidados y ocio (turismo, cultura o restauración). Además, el envejecimiento impulsará la innovación en salud digital, las tecnologías de asistencia y el empleo vinculado al cuidado. El resultado es que el sector servicios seguirá ganando peso en la economía. La mayor demanda de estos servicios intensivos en mano de obra, y además difíciles de mecanizar, sumado a la menor disponibilidad de población activa, tal como se ha apuntado, podría elevar los salarios de estos puestos de trabajo (la mayoría ocupados por mujeres) y con ello su contribución a la economía.
España se enfrenta a un doble desafío que podría desencadenar una economía de bajo dinamismo, alta desigualdad intergeneracional y riesgo para el Estado del bienestar. Sin embargo, el país podría anticiparse a estas dinámicas combinando crecimiento de la productividad con un pacto intergeneracional que redistribuya oportunidades y cargas de forma más equitativa. Para ello sería esencial una estrategia múltiple: fomentar la formación continua para adaptar los trabajadores a la economía digital; aprovechar la inmigración como fuente de rejuvenecimiento y talento; y promover un envejecimiento activo, que prolongue la vida laboral.
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