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Opinión | Décima avenida
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Recordar el parking de Bonaire

Conviene no olvidar la irresponsabilidad social de miles de ciudadanos que difundieron bulos sobre la tragedia de la dana

Esta fue la gran 'fake news' en el aparcamiento de Bonaire

Así se encuentra Bonaire, el centro comercial del gran bulo de la DANA, y que ya trabaja en su reapertura

Sara Fernández

Los tres primeros días después de la dana, en redes se viralizaron bulos como que las inundaciones las había causado la demolición de presas por parte del Gobierno o que el radar de la Aemet que monitorizaba las lluvias en Valencia no funcionó el 29 de octubre de 2024. La semana siguiente fue la falsa tragedia del parking de Bonaire la que se llevó el triste honor de ser la noticia falsa más difundida. Aquellos días, la demolición de presas generó más de 20.000 mensajes en X, pero la palma se la llevó el parking de Bonaire, del que se difundieron más de 50.000 mensajes, según datos del Estudio de Tendencias Informativas en la Comunitat Valenciana elaborado por Prensa Ibérica en colaboración con LLYC.

Aquellos días hubo más bulos: montajes en vídeo de las visitas de los Reyes y de Pedro Sánchez a la zona cero, falsas noticias sobre un teléfono 112 alternativo, supuestas multas a voluntarios que nunca existieron o rumores de que un túnel en Alfafar y Benetússer estaba repleto de cadáveres. El ciclo de vida de un bulo empieza siempre con alguien que lo publica por primera vez: la zona cero de la infamia digital en una tragedia de la magnitud indescriptible de la dana. Puede ser por error, por vanidad, por notoriedad, por protagonismo, por cálculo político o por simple maldad; de todo hay. Es necesario que después alguien, mucha gente, lo difunda, le dé carta de naturaleza, lo convierta en realidad. Mucha gente lo hizo esos días. Algunos eran bots, muchos eran ciudadanos, otros eran periodistas, incluso políticos, gente que debería tener más sentido común. De nuevo, por motivos que van desde la notoriedad hasta la simple maldad, pasando por el cálculo de beneficios a costa del dolor de miles de personas, ya sea en forma de réditos políticos, de 'followers' o de agenda.

Un año después conviene no olvidar a quienes publicaron y redifundieron fotografías escabrosas —algunas creadas con IA—, muchas de ellas falsas, bajo el reclamo de “Todas las fotos de la dana en Valencia que los medios no quieren que veas”. A los que manipularon la indignación popular por motivos políticos. A quienes entorpecieron las labores de rescate y ayuda difundiendo números falsos o informaciones erróneas sobre voluntarios o sobre el reparto de comida, agua y otros materiales de primera necesidad. A quienes se grabaron delante del parking de Bonaire y afirmaron que fuentes de toda solvencia auguraban el horror. A aquellos que subieron su 'rating' de audiencia, que hicieron publicidad de sus patrocinadores en medio del fango, que practicaron el turismo de catástrofe inmortalizándose en 'selfis' y 'reels'.

El ciclo de la tragedia se ha llevado por delante, como era previsible, a los políticos, o al menos a algunos de ellos. Es injusto, como suele ser, generalizar al respecto. El brutal impacto inicial, la solidaridad con las víctimas, el dolor y el duelo, la indignación y la búsqueda de culpables han dejado muy mal parados a Carlos Mazón y, en según qué burbujas de atención, al Gobierno central. En el caso de Mazón, ha sido la labor periodística y la indignación ciudadana posterior las que lo han puesto en la situación insostenible que se expresó en toda su crudeza durante el funeral de Estado. En el caso del Gobierno central, aunque también tiene algunas explicaciones que dar sobre qué se hizo antes, durante y después de la tragedia, son a menudo los bulos amplificados y repetidos en el agrio puchero político de lo que Albert Sáez llama el “potaje madrileño” los que dominan la conversación. No es una diferencia baladí. Suspende sin paliativos —aquí sin distinciones— la política como conversación pública, incapaz de evitar la tentación de revolcarse en el fango. La antipolítica es una de las vencedoras de la tragedia de la dana.

Pero, estadísticamente, algunos de los miles de ciudadanos que, con razón, claman contra los políticos y sus juegos, en su momento difundieron los bulos que tanto contribuyen a enfangar la conversación pública. A los políticos, sobre todo a los responsables de la gestión, hay que exigirles eficacia y responsabilidad. Pero los ciudadanos también deberían ejercer esa responsabilidad en la esfera comunicativa, donde las redes sociales les han dado los medios para participar y ellos, en cambio, rehúsan asumir las consecuencias de sus actos.

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