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Opinión | Homenaje
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Lady Balletbò

Este tipo de mujer, de feminista y hasta diría que de socialista simplemente ya no lo fabrican

Muere a los 81 años Anna Balletbò, exdirigente del PSC

Anna Balletbó.

Anna Balletbó. / Ferran Nadeu

Voy a echar de menos a Anna Balletbò. Más de lo que se figuran algunos o algunas. Recuerdo una noche, saliendo del Liceu. Anna me había invitado a ver la versión de Àlex Ollé de la 'Lady Macbeth de Mtsenk' de Shostakóvich, ópera que yo desconocía y que me causó un gran impacto. Para traducirlo a los términos de la cultura pop, me impresionó tanto como el último vídeo de Rosalía.

“¡Hostia, la Balletbò y la Grau!”, le salió del alma a un parroquiano del Café de la Ópera que nos vio entrar juntas. Ella ya estaba frágil de salud pero todavía andaba sobrada de genio y de figura, como pudo comprobar el trabajador del Liceu que no nos dejó acceder al teatro ni un minuto antes de lo reglamentario a pesar de que ella iba con muletas. Hacerla esperar de pie en la calle en estas condiciones tuvo algo de innecesariamente fariseo, en mi opinión. La opinión de Anna era algo más enérgica. Por un segundo me pregunté si sería capaz de intentar entrar sí o sí, en plan usted no sabe con quién está hablando. No. Se quedó quieta ante la puerta, sin dar un paso adelante. Ni atrás. Protestando a cielo abierto y de todo corazón. Como se protestaba antes.

Este tipo de mujer, de feminista y hasta diría que de socialista simplemente ya no lo fabrican. Anna tenía impulsos de 'killer' que, según con quien hablaras, levantaban oleadas de admiración, de miedo o incluso de odio. “Es una mantis religiosa vestida en el SEPU”, me llegó a decir de ella, años antes de conocerla yo en persona, un colega periodista -hombre, por si había dudas- con una sordidez que me sorprendió incluso en este ambiente. Entonces todavía no estaba de moda hablar de la violencia digital o periodística contra las mujeres. Pero practicarse, vaya si se practicaba.

Mujer feminista, socialista y empresaria. Esto último era importante para entender su poco común perfil. En un mundo en que los políticos cada vez viven más desconectados de la realidad, Anna nunca se llamó a engaño sobre lo que vale un peine. Su sentido práctico podía ser feroz. Sobre todo cuando lo ponía al servicio de una épica muy personal, de una fe casi mística en que la política mueve montañas. O las movía cuando ella era joven. Cuando salió embarazada del Congreso tomado por los golpistas para irse derecha a ver al rey.

Cuando finalmente conocí a Anna en persona me encontré con una mezcla de Quijote y de Sancho, todo en uno, y a la vez con un inesperado oráculo de Delfos. Fui una vez a desayunar con ella, se supone que a hablar de política. Acabé contándole penas mías, femeninas y familiares, que casi nadie conoce. Ella me escuchó como casi nadie me ha escuchado. Comprendió lo que casi nadie comprende. No, por lo menos, el 90 por ciento del feminismo actual. Anna me comunicó fuerza, su fuerza, de la mejor manera posible: recordándome que yo también la tengo y nunca debo olvidarme de usarla. Que ese testigo tenemos que pasárnoslo las unas a las otras así sea casi en secreto. Ya vendrán tiempos mejores.

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