Andic, investigación y duelo
La información tiene un papel público innegociable, pero pide tres virtudes: veracidad, contexto y proporcionalidad. La sociedad quizás exige velocidad, pero sobre todo verdad
La jueza reactiva la investigación por la muerte del fundador de Mango, Isak Andic

Isak Andic, en una imagen de archivo / LORENA SOPENA / EUROPA PRESS
La muerte de Isak Andic ha abierto un espacio donde conviven el interés legítimo para comprender qué ha pasado y el derecho —igualmente legítimo— de una familia a vivir el luto sin ser convertida en materia prima de especulación. La pregunta es tan simple como exigente: ¿hasta dónde podemos informar e investigar, sin traspasar los límites que protegen la dignidad?
La familia Andic ha crecido a la sombra de un proyecto que ha marcado generaciones. Más allá del éxito empresarial, hay una cultura de discreción, trabajo y responsabilidad que hoy se ve interpelada por un escrutinio desbordado. En este contexto, hablar de ellos con respeto no es un capricho: es una obligación cívica. Acompañar, antes que exponer; entender que detrás del apellido hay hijos, hermanos, nietos y amigos que tienen que poder transitar el luto sin tener que interpretar filtraciones o rectificar titulares.
La información tiene un papel público innegociable, pero pide tres virtudes: veracidad, contexto y proporcionalidad. La sociedad quizás exige velocidad, pero sobre todo verdad. Explicar en qué punto real es una causa, qué se sabe y qué no, y qué datos provienen de una comunicación oficial es una forma de respeto. También lo es reconocer los límites de lo que no se puede afirmar. Cuando una diligencia policial —una pericial, el análisis de un teléfono, una reconstrucción— se convierte en narrativa de culpabilidad, el relato pierde finura y las personas pierden derechos.
La investigación policial necesita margen. Las hipótesis son herramientas, no sentencias. Por eso el lenguaje importa: “se investiga”, “se analiza”, “se comprueba” no quiere decir “está inculpado”. Las comunicaciones judiciales han señalado que la causa no se dirige contra ninguna persona concreta; este detalle tendría que condicionar titulares. No se trata de favorecer a nadie, sino de respetar la presunción de inocencia, que protege a todo el mundo y sostiene el edificio de las libertades.
Hay, aun así, un fenómeno que pervierte el debate: las filtraciones. Son fragmentos de una historia todavía en construcción que llegan desordenados, a menudo sin contexto, y que enseguida se convierten en materia de opinión. Su potencia no es neutra: son la materia prima con la que se fabrican juicios paralelos, multiplican el dolor y contaminan la confianza. El remedio no es el silencio, sino la corresponsabilidad. Instituciones que blinden procesos y comuniquen solo aquello que pueden y tienen que comunicar; redacciones que apliquen una prueba triple —origen, fiabilidad, necesidad— antes de publicar; y rectificaciones simétricas, tan visibles como los titulares que las hacen necesarias.
El derecho al luto no es un concepto abstracto; es una práctica cotidiana. Quiere decir 'tempos' y espacios: que la familia Andic pueda decidir cuando hablar y cuando callar; que exista un portavoz que ordene la información, evite contradicciones y reduzca el ruido; que la intimidad no se convierta en un campo de pruebas para lecturas interesadas.
Quiere decir también un tono: periodismo que interroga sin exhibir, que explica sin novelar, que admite matices sin miedo a que la complejidad rebaje el clic.
Información y honor no son fuerzas opuestas, sino pesos de una misma balanza. La sociedad madura es la que es capaz de mirar un caso como este y sostener dos ideas a la vez: que hay que saber y que hay que cuidar. La familia Andic no pide inmunidad; pide justicia y respeto. En el fondo, es lo que todos querríamos para los nuestros.
Quizás los límites no son un muro, sino un marco. Un marco que dignifica lo que explicamos y cómo lo explicamos. Si lo mantenemos firme —veracidad, contexto, proporcionalidad; investigación rigurosa sin filtraciones que hagan daño; presunción de inocencia como brújula—, ganamos todos. Y, sobre todo, gana aquello que nunca tendría que perder: la humanidad de las personas que están de luto. Si lo hacemos bien, la verdad llega intacta y no deja víctimas.
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