Reír por no llorar
La risa es vida. Y un signo de salud emocional. Bastantes obstáculos nos aparecen como para taponar esta vía de aire.

Risas en grupo / 123RF
Nunca me he fiado de las personas que no se ríen. Pueden ser siesos de pura cepa, solemnes de profesión o calculadores empedernidos. Mi teoría es que si alguien escatima un gesto tan sano como la sonrisa es porque se toma demasiado en serio a sí mismo. O, peor aún, que considera la risa como algo banal. Yo creo, justamente, lo contrario: que la risa es vida. Y un signo de salud emocional. Bastantes obstáculos nos aparecen como para taponar esta vía de aire. Y además el humor ofrece trajes a medida. Los devotos de la ironía pueden apelar al sarcasmo. Los que van un poco crecidos y creen que también la broma puede usarse como arma arrojadiza, suelen apelar al humor de superioridad; o sea, chotearse de las desgracias ajenas. Luego está la tribu de quienes consideran que el mundo y la vida son monumentos al absurdo y por eso se apoyan en el surrealismo. Y, por último, pisando terreno peligroso para estos tiempos, donde los rebaños de ofendidos y los canceladores compulsivos estrechan el terreno de juego, ahí aparecen mis héroes: los practicantes del humor negro. Los francotiradores del tabú, sea cual sea. Por ejemplo, Javier Coronas, elevado hace tiempo al olimpo de los grandes cómicos con su desternillante 'Ilustres ignorantes'. Hace unos días, en el Festival de Sitges, dejó al público en estado de 'shock' al contar el chiste de Hitler y un niño judío, que le dice:
-”Tengo cinco años, voy para seis”
- “Para seis, no”, le contesta el Führer.
Conste que, después del impacto inicial, mucha gente se carcajeó. También se ríe mucho en los funerales. Porque el humor negro permite digerir cosas infumables. Por ejemplo, el callejón sin salida al que se ven abocados muchos jóvenes, hipermusculados de títulos y formación, pero huérfanos de salarios dignos que les permitan vivir en condiciones. El Roto, uno de los viñetistas más afilados que conozco, dibujaba el otro día a dos estudiantes pidiendo limosna en la calle y diciendo: “en el último curso hacemos prácticas de mendicidad”. ¿Humor negro o valle de lágrimas? Pues yo prefiero reír, la verdad, pero vaya tela.
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