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Opinión | Acoso escolar
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Cazar y matar

Ante la ausencia de adultos, el niño buscará evidenciar el poder de su personalidad destruyendo a otros

Altar improvisado ante la vivienda de Sandra Peña, la adolescente que se suicidó tras ser víctima de acoso escolar.

Altar improvisado ante la vivienda de Sandra Peña, la adolescente que se suicidó tras ser víctima de acoso escolar. / EFE / Jose Manuel Vidal

Antes de ser abatido por una pedrada, Piggy gritó a la masa de niños que le amenazaba: "¿Qué es mejor, tener reglas y estar todos de acuerdo o cazar y matar?". De nada le sirvió apelar al orden común. Piggy no tenía ninguna autoridad. Tampoco su amigo Ralph. Eran sólo dos niños, igual que los demás náufragos de la isla.

La escena pertenece a la célebre novela 'El señor de las moscas', de William Golding. Pero la historia de Sandra Peña nos ha demostrado, de nuevo, que no se trata de pura ficción. Los colegios parecen cada día más islas que escupe la sociedad tras el naufragio de la institución familiar. No hay adultos en casa. Tampoco en el colegio. Tener más edad no te convierte en un adulto y mucho menos a los ojos desafiantes de un adolescente.

Al crecer, emerge el 'yo' del niño con gran fuerza. Reta a los mayores casi de forma automática. Es el modo casi inconsciente de abrirse un hueco frente a ellos. Experimenta la necesidad de dejar de ser un apéndice de los que antes dirigían su vida. Con avidez, descubre todos sus defectos y cree poder superarlos. Ahora le toca a él. Se trata de su vida.

Pero no siempre se frena ahí. Si sus mayores se han retirado, porque nunca estuvieron o porque no aguantan el pulso, el niño no encuentra un dique que contenga toda aquella violencia que nace de su interior. Pero lejos de experimentar placer, se angustia y siente que no existe, porque a nadie le importa. El niño no sabe quién es ni quién quiere ser. Solo se deja llevar por algo que le avasalla. Sin un 'tú' adulto que aprecie ese poder individualizador y trate de salvarlo, toda aquella fuerza no hará sino dar golpes ciegos al aire.

Entonces, tratará de sentir su valor en guerra contra sus iguales. Querrá afirmarse a sí mismo con todas sus fuerzas. Ante la ausencia de adultos, buscará evidenciar el poder de su personalidad destruyendo a otros. Necesitará hacerlo. Es la única manera en la que cree sentir su existencia. Toda la fuerza que brotaba de su interior no ha sido tomada lo suficientemente en serio como para ser contenida. Su personalidad no ha merecido el esfuerzo de sus mayores. Su valor absoluto solo puede venir de su capacidad imponerse a otros hasta acabar con ellos. Necesita cazar y matar.

Acosa a su víctima. La cerca en el colegio porque allí nadie se lo impide. De poco o nada sirven las reglas y los protocolos si no hay adultos. Antes o después volverá salir de caza. Asediará a sus víctimas fuera del colegio. Les perseguirá hasta sus casas y entrará en ellas: gracias a las redes vencerá la última resistencia íntima del acosado.

Gracias a las redes, el acosador vence la última resistencia íntima del acosado

No habrá descanso. En sus hogares, los niños débiles ya no encuentran refugio. El espacio garantizado por el amor de unos padres es devorado por internet: durante 24 horas al día, el niño está expuesto a la cortante opinión de sus iguales. Con su personalidad, el cazador anega el espacio vital de la víctima. Le asedia. El acosado se ahoga. No tiene salida. Siente que no puede vivir. Así muere. Así es como le matan antes de que se firme su defunción.

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