Solos ante la pantalla
Las plataformas han democratizado el acceso a contenidos y multiplicado la oferta de entretenimiento. Pero su uso requiere conciencia y autorregulación

Leonard Beard. / 5
Sant Joan de Déu ha puesto en marcha una campaña destinada a visibilizar la soledad no deseada, una problemática que afecta a más de 30 millones de personas en Europa. Esta cifra es el fiel reflejo de una sociedad en la que la conectividad virtual coexiste con niveles cada vez más elevados de aislamiento social. Y en esto el 'streaming', una de las actividades estrella del ocio digital, tiene mucho que ver.
El consumo en plataformas ha desplazado muchas actividades que antes generaban encuentros presenciales, como ir al cine, reunirse con amigos para ver un programa de televisión o simplemente conversar sobre aquello que todo el mundo había visto la noche anterior. Es cierto que las redes sociales se han convertido en espacios de intercambio en los que la gente, por ejemplo, comparte y debate sobre lo que está viendo, pero este tipo de relaciones son tan fugaces y efímeras como el tiempo que se tarda en actualizar los 'feeds'.
El 'streaming' no solo ha provocado un mayor desapego de las actividades colectivas en el espacio físico. También ha acentuado los vínculos emocionales unidireccionales que los espectadores (especialmente los más jóvenes) desarrollan hacia personajes ficticios. Pasar muchas horas con ellos genera una sensación de intimidad que, aunque ilusoria, puede resultar psicológicamente más cómoda y predecible que las relaciones reales, con sus complejidades, vulnerabilidades y el riesgo de rechazo. Múltiples estudios académicos han constatado que este fenómeno, especialmente en los casos en los que se ven series en maratón, pueden crear un círculo vicioso: el individuo se desconecta progresivamente de las interacciones sociales reales y encuentra en las narrativas ficticias un sustituto emocionalmente menos demandante.
La soledad no significa simplemente estar físicamente solo. En realidad, es una experiencia subjetiva de desconexión emocional ante la carencia de vínculos significativos. Un consumo excesivo de series en 'streaming' puede tanto aliviar como exacerbar estos sentimientos. A corto plazo, sumergirse en una serie proporciona compañía temporal, distracción y estimulación emocional. Las narrativas bien construidas ofrecen significado, propósito y resolución, elementos que pueden escasear en la vida cotidiana del espectador. Sin embargo, al terminar un episodio, una temporada o una serie completa, muchos usuarios experimentan un vacío emocional significativo, una sensación de pérdida similar al duelo que refleja cómo de profunda ha sido la relación que han desarrollado con ese mundo narrativo.
Es un círculo vicioso. La soledad impulsa el consumo de series como mecanismo para hacer frente a esa situación; el consumo refuerza el aislamiento social al desplazar interacciones reales; el aislamiento profundiza la soledad; y esta soledad intensificada motiva mayor consumo. Con el tiempo, este círculo vicioso puede erosionar las habilidades sociales, aumentar la ansiedad social y reforzar creencias negativas sobre uno mismo y sobre su propia capacidad de establecer conexiones auténticas.
Además, el 'streaming' alimenta una "soledad activa", es decir, un estado en el que el individuo se mantiene constantemente ocupado con contenidos digitales, evitando el encuentro con el silencio, la introspección y la experiencia directa de su propia soledad. Esta evasión, aunque comprensible, impide el procesamiento emocional necesario para reconocer necesidades afectivas insatisfechas y tomar acciones constructivas para abordarlas.
Evidentemente, no todos los espectadores experimentan estos efectos con la misma intensidad. Existen factores de vulnerabilidad individual o cuestiones relacionadas con el contexto sociocultural que condicionan su impacto psicológico. Pero la amenaza, sin duda, está ahí. Las plataformas han democratizado el acceso a contenidos y multiplicado la oferta de entretenimiento. Pero su uso requiere conciencia y autorregulación. Las fórmulas para lograrlo son variadas: establecer límites temporales, equilibrar el consumo individual con experiencias compartidas, utilizar el contenido como punto de partida para conversaciones reales o construir una selección de actividades de entretenimiento diversa en las que exista algún tipo de contacto social.
Dicen los expertos que la gratificación instantánea y la evasión se han convertido en el opio del consumidor digital. Nuestra salud mental necesita que encontremos patrones que nos conecten socialmente, actividades que nos eduquen en habilidades relacionales y recursos que nos den herramientas para combatir de verdad el vacío existencial, en lugar de enmascararlo. En la esfera individual también urge desarrollar una relación más consciente y equilibrada con estas tecnologías, reconociendo tanto su potencial enriquecedor como sus riesgos para nuestro bienestar psicológico y social. Demonizar el 'streaming' no es solución. La clave está en recuperar la intencionalidad en nuestro consumo cultural y en priorizar la construcción de vínculos sociales auténticos. Ninguna historia que veamos en la pantalla, por brillante y emotiva que sea, puede realmente sustituir a la interacción humana.
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