Nicolas Sarkozy y el conde de Montecristo
El detalle más repetido en las crónicas de la entrada del expresidente francés en la prisión de La Santé es que se llevó los dos volúmenes de la novela de Alejandro Dumas
Sarkozy sufre amenazas de muerte y mantiene guardaespaldas en prisión
Nuevas imágenes muestran cómo escaparon los ladrones del Louvre con el botín

Sarkozy recibió amenazas de otros reos en su primera noche en prisión
Mujer joven con estudios universitarios que vive en un ámbito urbano. Según el Ministerio de Cultura este es el perfil de lector predominante en España. País donde la población que lee libros por ocio supera ya el 65%. Tiempo atrás se hubiera recomendado convertir este dato en paliativo de los constantes días aciagos, cuando todo parece perdido. ¡Y hay tantos!
Ahora esto ya no está tan claro. No solo porque también depende de qué se lee y qué se entiende de lo leído cuando la comprensión lectora baja entre los jóvenes, sino porque países tradicionalmente envidiados por su potencia cultural están demostrando que tampoco para ellos el monte es orégano. Francia, por ejemplo.
Un 92% de su población devora un promedio de 17 libros al año. Siguen la consigna de su insigne Flaubert que recomendó leer para vivir, no solo para divertirse. Menos aún para instruirse como hacen, decía, los ambiciosos. Curiosa paradoja porque, en principio un país leído, eso es supuestamente instruido, debería saber cómo superar la profunda crisis que le atenaza. Y nada lo indica. Al contrario. A la económica y social se le suma la política con su baile de primeros ministros reflejo de la más profunda: la identitaria.
Para evidenciarlo, dos noticias de la semana atacan directamente su línea de flotación: el robo de pedazos de su historia en el Louvre a plena luz del día y convertido para su directora en un terrible fracaso y el vigésimo tercer presidente de la República entrando en la cárcel por asociación de malhechores. Allí sigue hoy Nicolas Paul Stéphane Sarközy de Nagy-Bocsa (París, 28 de enero de 1955).
Condenado a cinco años sumados a otros dos anteriores por financiación ilegal de su campaña presidencial de 2007, el también exalcalde y cinco veces ministro resumió su trago como el de un hombre inocente y no un político aunque la extremada seguridad, la celda de aislamiento y el trato recibido indiquen lo contrario.
La paradoja que acompaña al caso Sarkozy es que se dejó embaucar por el histriónico Gadafi, dictador libio a quien ya en el Elíseo ayudó a derrocar. La condena avala a quienes siempre sospecharon que lo hizo para borrar los indicios ahora sentenciados.
El detalle más repetido en las crónicas de la entrada de Sarkozy en la prisión de La Santé es que se llevó los dos volúmenes de 'El conde de Montecristo'. No es extraño. Si todavía no lo ha leído le puede inspirar en el trance en el que se encuentra. Y si ya lo hizo, probablemente de niño, ahora podrá recuperar las lecciones de Edmundo Dantés y aplicarlas a su nueva condición. Entre rejas, compensando su mal con el tiempo y el silencio para urdir su venganza. Después, una vez libre, y sabiendo que esta, la venganza, “no es digna de personas nobles pero sí el único consuelo de los que han sido injustamente tratados”, exigir su redención porque “el hombre puede ser destruido pero no derrotado”.
“Lo que me hizo lo que soy ahora fue la suma de todas las humillaciones sufridas en mi infancia”, ha reiterado el expresidente. Algo parecido pudo haber dicho Alejandro Dumas sobre sus desventuras de juventud. Y si él lo canalizó en su personaje inmortal, este puede evocarle hoy al político caído que ”no hay mayor dolor que el de recordar tiempos felices en momentos de desgracia”.
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