El botón nuclear de Junts
Las últimas encuestas dan al partido de Puigdemont unos resultados paupérrimos, que terminan de explicar el porqué de este último movimiento a la desesperada
Junts someterá a votación de la militancia si retira el apoyo a Sánchez

Carles Puigdemont. / Zowy Voeten
El último pulso de Junts a Pedro Sánchez llega esta vez con toda la fanfarria y el ‘pack’ completo: reunión de la ejecutiva en Perpinyà, consulta con la militancia y amenaza de hacer saltar el gobierno por los aires. El pretexto del malestar es más o menos lo de siempre: la imposibilidad de llevar la amnistía a la práctica, las dificultades para lograr la oficialidad del catalán en la UE o el bloqueo del traspaso de competencias en materia inmigratoria. No hay absolutamente ninguna novedad: son los mismos reproches, la misma letanía, que escuchamos los últimos meses. En todos los temas, por cierto, Junts ha logrado el apoyo incondicional de Sánchez, y solo los jueces con la amnistía, los otros países con el catalán o partidos como Podemos con la inmigración fueron los que impidieron que se aceleraran o se consiguieran. Si Junts atribuye a Sánchez fracasos que no son imputables a él, la pregunta es: ¿por qué se lanza a hacer un órdago tan exagerado y peligroso? Para responder bien a la pregunta, hay que acudir al psicoanalista. Puigdemont arrastra una lógica frustración personal, al ver que la amnistía que había conseguido arrancar de Sánchez es eternamente bloqueada por unos jueces groseramente politizados y mediatizados por la olla a presión de la derecha madrileña. Pero hay también una creciente frustración política. Desde el acuerdo de investidura de noviembre de 2023, Junts ha descubierto que, más que “cobrar por adelantado”, como prometió Puigdemont, ha ido desfigurándose a plazos, preso del terrible e irresoluble dilema en el que le encerró Sánchez: o él o la ultraderecha.
De ahí que, de manera cíclica, aparezca el malhumor de Junts, convertido en un partido cascarrabias, que ya sea contra Podemos, contra Esquerra, contra el PSOE o contra Aliança, se pelea cada semana contra alguien diferente. El chasco de Junts es que no se atreve a apretar el botón nuclear de la moción de censura, porque ni siquiera un partido cada vez más abiertamente conservador podría justificar haber tendido un puente de plata para la llegada al poder de la ultraderecha. En realidad, esta última pulsión de Junts no tiene que ver con unos acuerdos que ellos mismos saben que no son culpa de Sánchez, sino con su propia irrelevancia política. El estrellato que le prometieron las últimas elecciones generales se ha ido diluyendo irremisiblemente, y han descubierto una verdad muy incómoda: el viaje hacia la nada que Puigdemont emprendió en octubre de 2017 solo puede ser reconducido hacia el posibilismo más realista, incluso cuando tiene la llave maestra. Se puede avanzar, sí, pero el camino es fastidioso y el terreno de juego muy acotado. Para rematarlo, las últimas encuestas dan a Junts unos resultados paupérrimos, que terminan de explicar el porqué de este último movimiento a la desesperada. Una cosa es intentar llamar la atención y otra muy diferente es emprender el camino de no retorno hacia el suicidio político. Hemos visto ya tantas locuras estériles en la última década que tampoco vendría de otra más.
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