Opinión | Bloglobal
Agitación social y malestar en la aldea global

Unos manifestantes gritan y sostienen pancartas durante una protesta organizada por el colectivo GenZ 212 en Rabat. / JALAL MORCHIDI / EFE
Un creciente estado de malestar se difunde en todas direcciones por motivos muy diversos, lo que confiere una característica genuinamente diferente a episodios anteriores de agitación social. Una sensación en aumento de que el futuro es más incierto que nunca antes desde el final de la Segunda Guerra Mundial explica en parte -del todo en algunos casos- la movilización de la generación Z en lugares tan distintos y distantes como Marruecos, Nepal y Madagascar, entre otros escenarios convulsionados; explica también las manifestaciones de hace una semana en Estados Unidos contra el autoritarismo de Donald Trump, los frutos para la extrema derecha de la sistemática manipulación de la realidad y el progresivo desapego de la política de las clases medias, defraudadas con los establishment tradicionales, con la distancia sideral entre los discursos y las necesidades acuciantes. Favorecido todo ello por la fragmentación social derivada de la lógica de las redes sociales, que tienden a encapsular comunidades monocolores en las que cada usuario busca solo la ratificación de sus convicciones personales más arraigadas.
Se adultera así en gran medida la naturaleza misma de los regímenes deliberativos y todo parece condenado a un empeoramiento. Es este un paisaje en el que una mezcla de ignorancia y búsqueda de un espacio de confort otorga a las recetas populistas ultraconservadoras un lugar bajo el sol cada día más amplio y determinante en las instituciones. La proliferación propositiva de soluciones simples a problemas muy complejos recluta de esta forma nuevos adeptos a la porfía ultra, con resultados tan preocupantes como ese 21% de jóvenes españoles que, según una encuesta, no ven razón para denostar el franquismo.
En Una teoría crítica de la inteligencia artificial, Daniel Innerarity se pregunta qué voluntad popular se está gestando, un asunto de una complejidad extrema íntimamente relacionado con la realidad procedente del universo de los algoritmos. Un reportaje de hace unos meses en el semanario Time apuntaba en parecida dirección, curado el autor de la pieza de catastrofismos al igual que Innerarity. No hace falta recurrir a vaticinios distópicos para concluir que el cambio de percepción de la realidad es un hecho por la acción de toda clase de intermediarios en las redes sociales, por la decantación ideológica de quienes alimentan y gestionan la inteligencia artificial. Es decir, la manipulación de la opinión pública desde diferentes frentes ha adquirido una potencia de fuego desconocida y que crece día a día.
El escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez apuntó el martes en el foro World in progress la posibilidad de una inteligencia artificial que procurara diferentes versiones de Wikipedia, de tal manera que una misma consulta se tradujera en respuestas diferentes, acordes con el perfil manifestado o conocido de cada usuario. No ahondó demasiado en tal posibilidad, pero no deja de ser sugestiva la manufactura de diferentes realidades y versiones del pasado y del presente en una aldea global progresivamente fragmentada, segmentada, depositaria de versiones a la carta, contradictorias, incompatibles entre sí, articuladas a partir de datos o informaciones incompletas o manipuladas. Solo una minoría estaría en condiciones de descubrir la añagaza -no es seguro-; para el resto sería indiscutible que su realidad es la realidad.
La pretensión del escritor fue llevar los riesgos de la inteligencia artificial al absurdo, sin ánimo de alarmar a nadie, asociada a un universo digital. Resultó así aún más sorprendente en el mismo entorno la comparecencia del diplomático marroquí Fouad Yazourh, que aun siendo director general de Asuntos Políticos Internacionales, nunca se refirió al Gobierno, sino que atribuyó al rey Mohamed VI la iniciativa para salir al paso de las peticiones de los jóvenes en la calle, no siempre bien tratados por la policía. Esto es, recuperó para la ocasión los rasgos no siempre presentables de la monarquía marroquí, articulados en un mundo analógico, cuando ya nada es analógico. Es quedarse corto decir que es en extremo retardatario buscar los remedios a las disfunciones del presente en las recetas analógicas del pasado.
Allá por mayo de 2003, un político del entorno de Evo Morales declaró un día en Vallegrande, sur de Bolivia, que “las víctimas se habían cansado”. No se refirió solo a sus compatriotas, sino que hizo extensiva la declaración a diferentes movimientos sociales que, según su parecer, anunciaban por doquier que algo iba a pasar. Lo que pasó tres años después fue que Morales llegó a la presidencia, otros dos más tarde estalló la crisis financiera y a partir de ahí cambió el cariz de los grandes desafíos a escala planetaria, continental, regional, estatal y local. Al mismo tiempo, el desarrollo de las redes sociales hizo de cada usuario un potencial difusor de información, solvente o no, fundamentada o no en datos contrastados.
Cuando se da una situación de disenso -a cada momento aparece una-, la dinámica en las redes confirma el viejo aserto de que la profusión de informaciones no sistematizadas se traduce en desinformación; la activación de mecanismos de movilización es relativamente sencilla; toda respuesta analógica es ineficaz. Al mismo tiempo, la configuración de comunidades homogéneas permite armar reacciones inmediatas a situaciones conflictivas, lo cual no garantiza que el resultado final sea el perseguido: los jóvenes malgaches que ocuparon la calle pusieron en fuga al presidente de su país, pero la gestión del día siguiente fue recurrir a otros políticos del mismo establishment para aplicar árnica al parte de daños. En Marruecos, la remisión al rey de las reclamaciones en la calle va por el mismo camino: el primer operador en la Bolsa de Casablanca -Mohamed VI- debe aportar soluciones a problemas de orden social con claro y manifiesto origen económico, condenados los agentes sociales no coronados a una actitud poco menos que contemplativa.
Contienen las certidumbres a muy corto plazo -erosión del mercado de trabajo, crisis de la vivienda, emergencia climática, cambio de ciclo político y las crisis de Gaza y Ucrania son algunas de ellas- un catálogo de incertidumbres que activan las movilizaciones de los jóvenes, de comunidades con una sensación de vulnerabilidad acrecentada que se difunde por la red y llega a todas partes. Durante una manifestación en Los Angeles contra las políticas migratorias de Donald Trump, un estudiante declaró a una reportera de un canal de televisión: “Nos va la vida en ello”. Esa sensación de riesgos terminales a la vuelta de la esquina se ha adueñado de muchos escenarios.
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