El precio de la basura
Hay que exigir regulaciones estrictas sobre la producción y la venta de aquello que no puede reciclarse

Una vecina tira la basura en un contenedor inteligente del barrio de Sant Andreu, en Barcelona. / Zowy Voeten
Es uno de los temas recurrentes en cualquier debate ambiental, fiscal y municipal: la tasa de la basura. Adopta distintas formas y su cuantía varía constantemente, pero este concepto, que de tan mala prensa goza en los cafés del trabajo y la sobremesa del fin de semana, es uno de los pilares de la relación con nuestras calles. La basura, en toda su amplitud doméstica y urbana -la siempre difícil separación en casa, los contenedores llenos o mal utilizados, la opacidad percibida respecto a los tratamientos recibidos y la logística que implica-, es quizás uno de los asuntos centrales no ya del debate municipalista y ambiental, sino de la realidad humana del siglo XXI.
Sin embargo, condensarlo todo en una tasa es reduccionista e incompleto, por mucho que esta pueda soliviantar a más de uno. Pagar impuestos progresivos y justos es uno de los actos más bellos y útiles de los que disponemos para mejorar la sociedad en la que vivimos, pero su función no puede ser ocultar debates subyacentes. Detrás de la tasa de la basura se esconde una realidad que no sabemos o no queremos ver, y que es hora de empezar a abordar.
En primer lugar, ¿conocemos de verdad la logística que implica recoger toda la basura de un pueblo o de una gran ciudad? Le propongo que haga usted el ejercicio de imaginar la basura que ha depositado en los contenedores su unidad familiar durante una semana, y luego multiplicarla por diez mil, cien mil o un millón. Trate de imaginarse todos los camiones con sus prensas chirriando, todos los kilómetros recorridos, todas las personas involucradas. Todo el espacio que ocupa lo que ya no queremos día tras día, y dónde va, porque no todo (¡ni de lejos!) es reciclable. Tratar las montañas de desechos que producimos no es ni fácil ni barato.
Lo que nos lleva a la segunda cuestión. ¿Por qué generamos tanta basura? ¿Acaso no tienen ninguna responsabilidad quienes inundan lineales de supermercados y tiendas de embalajes excesivos, de objetos cuya obsolescencia está programada de antemano, de prendas de ropa que no soportarán un sexto lavado, de aparatos irreparables? Ante un problema como el de la basura, necesitamos enfocar no solo en su gestión, sino también en la producción de aquello que ya está de antemano destinado a acabar en el vertedero, la incineradora e incluso la planta de reciclaje. Es momento de protestar más allá de las tasas municipales, y mirar la cuestión desde arriba. Exigir regulaciones estrictas sobre la producción y la venta de aquello que no puede reciclarse, estándares que se cumplan en la composición de los productos, garantías de reparabilidad y posibilidad de reutilización, la minimización o eliminación de embalajes inútiles. Que quien lo fabrica y lo pone a la venta se haga responsable.
En definitiva, precisamos de una mirada más amplia a la hiperproducción y al hiperconsumo forzado a través de la publicidad, que son las cuestiones estructurales que nos obligan a bajar cada día al contenedor cargados con bolsas de cosas que nunca debieron haberse producido.
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