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Opinión | Corrupción
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Aldama: ni un pelo de tonto

Me parece perfecta esa honestidad estética. Pero solo me queda una duda razonable y es cómo paga esos retoques

Aldama aporta pruebas de 'mordidas' en efectivo para que Ábalos solucionara los problemas que tuvo con su vivienda de Valencia

El empresario Víctor de Aldama, en Telemadrid.

El empresario Víctor de Aldama, en Telemadrid.

Veo un vídeo de Víctor de Aldama, el artista comisionista, el dueño de la pista y de la lista, en Telemadrid. Durante la entrevista, lo que insinúa es grave: entregó 20.000 euros (al cambio, en moneda del caso Koldo: cuarenta chistorras) para que Ábalos comprara un bajo en Valencia. Aun así, hay otra cosa que me inquieta y me despista.

Su imagen, con un pelo rapado al 1, con puntitos nítidos por la irritación en la zona frontal, me recuerda a otros personajes aparentemente inconexos: ¿qué lo une a Nicolas Cage, Ter Stegen o José Bono? Exactamente: tiene toda la pinta de haberse realizado un injerto capilar.

Lejos de mi intención hacer mofa de su presunta (hasta que lo diga el juez) reforestación de la azotea, algo cada vez más normalizado. Está claro que: a) Aldama no tiene un pelo de tonto, b) Gracias a sus revelaciones pudo salir de la cárcel y está en condicional desde finales de noviembre, así que tampoco se le cayó el pelo, c) Tiene todo el derecho del mundo a ganar autoestima, además de millones con carbohidratos e hidrocarburos. Lo que me fascina es que tenga tiempo de retocarse mientras es investigado. Y que lo haga mientras va filtrando acusaciones en entrevistas audiovisuales.

Porque ya en verano corrieron ríos de tinta con los retoques estéticos a los que se podría haber sometido. Se habló de labios rediseñados con ácido hialurónico, de 'lifting' para efecto 'cat eyes', de eliminación del código de barras de las arrugas del labio superior. Todo presunto, aunque, gracias a seguir dando entrevistas, también evidente.

Pero tanto cambio empieza a plantearme una duda filosófica: ¿y si cambia tanto que Aldama al final no es Aldama? Y una de seguridad: si sustituye completamente su físico, ¿podría huir con facilidad? Hasta ahora un ladrón como El Dioni se ponía peluca para vivir clandestinamente. Y los grandes atracadores y los célebres perseguidos de las novelas se operaban la cara para escapar, pero lo hacían a escondidas.

Hay algo sintomático en ese cambio físico a la luz del día y de los focos de televisión. Algo que conecta con el espíritu de nuestro tiempo (los retoques estéticos como parte de una nueva masculinidad) pero también con el hecho de que, para inculpar a Ábalos o Santos Cerdán, reconozca todas las maniobras ilegales propias. Casi un: sí, qué pasa, lo hice.

Qué tiempos aquellos en los que me contaron que un famoso ministro (y no sé si es una leyenda urbana) se sometió a un injerto de pelo. La operación requiere una cuarentena, para que todo cicatrice bien y nada se infecte. El caso es que, poco después de hacérselo, lo llamaron desde Moncloa: tenía que aparecer en un funeral de Estado. La anécdota se contaba por graciosa. Tiempo después, ya no tiene gracia.

Me parece perfecta esa honestidad estética. Pero solo me queda una duda razonable y es cómo paga Aldama esos retoques. Lo imagino entrando, presuntamente, con la bolsa de la compra en la clínica y preguntando: ¿lo quiere en chistorras (billetes de 500 euros) o en lechugas (de 100)? Y al médico contestando: a mí es que me gusta la fruta.

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