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Opinión | Problema estructural
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¿Podemos mejorar la productividad de la economía?

Un país con una estructura económica dominada por sectores y actividades de bajo valor añadido, escasa capacidad innovadora, políticas industriales débiles y sectores emergentes poco dinámicos está condenado a la decadencia

La productividad de la economía española cae el 7,3% en lo que va de siglo mientras avanza la de la UE

El nivel de productividad y eficiencia medio de la empresa en España baja 5,05 puntos respecto a 2023

El nivel de productividad y eficiencia medio de la empresa en España baja 5,05 puntos respecto a 2023 / Shutterstock

El pasado septiembre abordábamos en estas páginas el problema de la productividad de la economía española y catalana, calificándolo como el principal reto, pues condiciona el bienestar colectivo y la sostenibilidad del Estado del bienestar. Recordemos que conviene distinguir entre crecimiento del PIB y del PIB per cápita: ya vimos que en España crece el primero, pero no el segundo, que depende de la productividad.

A pesar de tratarse de un problema endémico —ya señalado por Ernest Lluch en el año 2000, en su artículo póstumo '¡La productividad, demonios!'— no se ha encontrado una vía eficaz para resolverlo. En los últimos meses, economistas y políticos han vuelto sobre el tema. Los primeros han analizado sobre todo sus causas, sus efectos y la complejidad de medirla. Entre los segundos, algunos con recientes responsabilidades de gobierno, en general han evitado la autocrítica. Un poco de amnesia, ignorancia y cinismo, a partes iguales.

Es cierto que no existen soluciones mágicas: la productividad de una economía depende de múltiples factores interrelacionados y de un contexto global que limita cualquier respuesta puramente local. Aun así, conviene identificar algunos elementos clave para entender su complejidad y entrever posibles avances. En ello nos jugamos el nivel de bienestar de la población en general, pero también la misma viabilidad del Estado del bienestar, que tanto nos ha costado construir.

Un sistema educativo de calidad, un sistema de salud pública como el que todavía tenemos, la financiación adecuada de los servicios sociales y el mantenimiento del sistema de pensiones en una población que va envejeciendo, dependen fundamentalmente de un sistema económico competitivo a nivel internacional y para ello es necesario superar el que ya hemos llamado el problema número uno de la economía, que es el estancamiento crónico de la productividad.

La productividad de la economía de un país o ciudad depende, sobre todo, de cuatro factores, relacionados entre sí. Son los siguientes:

Primero, de su estructura productiva. España mantiene un peso elevado de sectores de bajo valor añadido, entre ellos el turismo, el comercio y los servicios personales; tanto en el PIB como en el empleo, muy por encima de la media europea. Esta situación comporta en general, bajos salarios y baja productividad, que no significa que haya que renunciar a estos sectores, pero sí reducir su peso relativo en la economía, priorizar aquellas actividades del sector de mayor valor añadido y, en general, mejorar su productividad.

Segundo, de su capacidad innovadora. En 2024, España ocupaba la posición 14 de 27 países de la UE, dentro del grupo de los “innovadores moderados”, lejos de los “líderes” o “fuertes innovadores”. Aquí hay que tener en cuenta que la innovación la hacen las empresas, y que su capacidad innovadora depende en buena medida de su relación con un ecosistema innovador próximo y relacionado con ellas. Las empresas se sitúan en un entorno, que funciona como un sistema integrado, donde las relaciones entre los distintos agentes determina su capacidad competitiva.

Tercero, de sus políticas públicas y de su relación con el sector privado. La inversión en I+D fue del 1,45 % del PIB en 2023, frente al 3,2 % de Alemania o el 3,7 % de Finlandia. Pero, más importante que este indicador, lo es su composición entre empresas y sector público, y también de la relación entre ambas; en este sentido, nuestro déficit es mucho mayor.

Se puede afirmar que, desde hace muchos años, las políticas de innovación no han sido, en la práctica, una prioridad de los distintos gobiernos, ni en España, ni en Catalunya.

Cuarto, del desarrollo de sectores emergentes. La disponibilidad de capital riesgo, la inversión tecnológica y el número de 'start-ups' son relativamente reducidos, y los ecosistemas innovadores de las ciudades españolas están lejos del nivel de los territorios más avanzados. Un rico entorno innovador facilita el desarrollo de estos sectores, formado por una gran pluralidad de agentes.

Un país con una estructura económica dominada por sectores y actividades de bajo valor añadido, escasa capacidad innovadora, políticas industriales débiles y sectores emergentes poco dinámicos está condenado a una productividad mediocre y, a medio y largo plazo, a la decadencia.

Si queremos mejorar, debemos transformar radicalmente y con urgencia estos y otros factores. Esperemos que bien pronto podamos superar esta situación.