¿Quién manda realmente en el Barça?
El club es hoy una fabulosa maquinaria deportiva, política, económica y periodística que, sin embargo, cada vez sabe menos cómo gestionar ni proteger a la masa social que antaño le daba sentido
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El Barça recibe al fin del Ayuntamiento la licencia de primera ocupación del Camp Nou / ZOWY VOETEN / VÍDEO: Z. VOETEN / M. TUDELA
No hay ningún club de ningún deporte tan complejo, contradictorio y bipolar como el Barça. Ni hay tampoco ni una sola institución en Catalunya a la que se le someta a semejante presión mediática. Cada día, el presidente, el entrenador, la estrella del equipo, o los tres a la vez, tienen que lidiar con una crisis apocalíptica diferente a la del día anterior, pero a la vez conectada y amplificada por la siguiente. Esta gigantesca bola mediática es también una inconmensurable fábrica de dinero y de egos a partes iguales, que hincha los bolsillos y la fama de todos los estamentos del club, pero también del entorno, el curioso ecosistema que engrosa y a la vez devora la institución de la que se alimenta. El Barça es hoy una fabulosa maquinaria deportiva, política, económica y periodística que, sin embargo, cada vez sabe menos cómo gestionar ni proteger a la masa social que antaño le daba sentido. El exilio lejos del Camp Nou, ya por fin muy cerca de terminarse tras la oficialidad del permiso del Ayuntamiento, ha servido para evidenciar la peligrosa grieta que se ha ido abriendo entre el club y su masa social. El ilusionante proyecto de Hansi Flick no ha podido encontrar su equivalente en una grada desangelada, presidida por una frialdad que no solo ha sido culpa del caos lógico de las obras y de las extrañas mudanzas de estadio. El divorcio de la directiva con la antigua grada de animación o la creciente invasión de turistas en Montjuic, el Johan o el futuro Camp Nou son dos caras de la misma moneda: se prefiere el dinero frío pero abundante de los palcos VIP al alma cascarrabias de los viejos socios, que ya solo representan un 3% del total de los ingresos, un dato que explica mejor que cualquier otro cuál es su escaso poder.
Nos guste o no, las decisiones de verdad ya no se consultan con el socio, sino con Goldman Sachs. Este fin de semana se escenifica un ritual anual llamado asamblea, que todas las directivas venden desde siempre como la fiesta de la democracia, pero que en realidad se asemeja más a un simulacro folclórico para avalar al poder que a un ejercicio auténtico de pluralidad. Este año el club llega a la cita anual con la muy buena noticia del inminente retorno al Camp Nou y a pesar de algunos titubeos iniciales, con la confianza intacta en el proyecto de Flick. Pero las cuentas que se aprobarán como siempre sin problemas, con 17 millones de pérdidas, denotan que la economía del Barça está todavía en la unidad de cuidados intensivos. Esta apremiante necesidad de ingresos ha hecho que el club se haya olvidado de sus antiguos propietarios (los socios) en favor de los nuevos de verdad, que se llaman acreedores. Sí, unos votan, pero los otros pagan. Y el que paga, como dice el dicho, manda. Es mentira, como se repite, que el Barça tenga una crisis económica. En realidad, lo que tiene desde hace mucho tiempo es una galopante crisis social. La primera es solo consecuencia de la segunda: si no hay dinero es porque se perpetúa desde hace décadas un modelo obsoleto de gobernanza. Con lo cual llegamos a la pregunta incómoda y decisiva: ¿Quién manda realmente en el Barça? Quizás ya es demasiado tarde para responderla.
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