Gafas amarillas para horizontes fascistas
Hay paralelismos en la tarea de creer que nos fumigan y que un sanguinario fue benigno
Julia Cañas, doctora en neuroftalmología, tajante sobre las gafas amarillas de Marcos Llorente: "No sirven para nada"

RFEF
El chiste se explica solo, aunque no necesariamente tiene gracia. Esto es un futbolista que, en una de esas entrevistas concebidas para indagar en los entresijos del alma del deportista de élite, dice: “Yo miro el cielo y estos cielos no los había visto nunca”. El entrevistado, que es Marcos Llorente, lleva unas gafas con las lentes de color amarillo. “Normal, para mí, no es”, añade. Normal, para mí, sí es, pienso yo: quítate las gafas e igual lo ves como antes.
La primera frase de Llorente podría ser un verso de Machado, del estilo de ese “Estos días azules y este sol de la infancia” que guardaba en el bolsillo de la chaqueta cuando encontraron su cadáver. Pero el futbolista se refiere a otra cosa: hay que fijarse en el rastro de los aviones. No son, en su opinión y en “la de muchísima gente”, estelas de condensación, sino productos químicos ideológicos con los que nos rocían con el fin último de someternos.
¿Y las gafas tintadas de amarillo? Filtran o bloquean la luz azul de pantallas, lámparas y cachivaches electrónicos, por lo que alivian el daño. Marcos Llorente come (y cena) solo de día, se somete a dietas ancestrales, toma el café con mantequilla. Banca la teoría de los 'chemtrails' y se echa al coleto vinos que cuestan más que el salario mínimo anual en este país. Pero lo que salta más a la vista son las gafas, casi la exhibición de que hace y piensa todo lo anterior. Además, las llevan unos cuatro o cinco jugadores de la selección española, aproximadamente un 20% del equipo.
No quiero aventurarme a unir puntos dispersos para formular ideas osadas (algo que, por otro lado, hacen siempre negacionistas y conspiranoicos), pero, según el CIS, precisamente alrededor de un 20% (algo más del 21) de los españoles piensa que el franquismo fue bueno o muy bueno. No querría abusar de las conexiones, pero yo también puedo ir más allá: Llorente dice que en casa, de noche, pone luces rojas. En realidad no sé a quién vota el futbolista, ni si vota, pero acaso ir con gafas amarillas y encender luces rojas estaría dándole a “muchísima gente” un sesgo rojigualdamente aguileño a su visión de la realidad.
Esto podría ser un chiste, pero el caso es que hay paralelismos en la tarea de creer que nos fumigan y que un fascista sanguinario fue benigno. El valle siempre era antes más verde y el cielo, más azul. Conectar datos dispersos para levantar una teoría. Defenderla contra los de arriba (los que nos fumigan y los que nos gobiernan). Informarse solo en podcasts y redes sociales (InfoVlogger, donde se ensalza lo facha, tiene casi 450.000 suscriptores). Salvar la perplejidad que nos provoca el mundo, enfrentarnos a la dificultad para entenderlo de forma racional, con algo parecido a la fe. En realidad, el culto al cuerpo llevado al extremo no deja de ser otra clase de culto, cierto nacionalismo es una religión y tanto la religión como la conspiración se arman inventándonos ficciones para desmadejar misterios.
Por último, las teorías de la conspiración se importan de Estados Unidos, como el gas natural licuado, el petróleo, la soja o…. el argumentario de la extrema derecha.
Aquí la cosa adquiere un tono aún más satinado, dado que hemos sido un país bajo un sistema autoritario que, ahora, hasta un 26% de jóvenes entre 18 y 26 años considera mejor que el democrático. La culpa es de TikTok, se dice. Pero también lo es de lo poquísimo que se explica en los colegios qué fue el franquismo (en mi caso, ni siquiera llegábamos a esa parte del temario por falta de tiempo) y de la proliferación de ensayos (digamos) conciliadores, cuando no falsos, entre las dos Españas. O de cosas que están objetivamente mal: el precio de la vivienda o que efectivamente hay demasiados aviones en el cielo, fumigadores o no.
España siempre ha conservado cierto sustrato autoritario, especialmente en instituciones como la judicatura. Lo nuevo es hasta qué punto ahora jóvenes y mayores proclaman, con ese orgullo resplandeciente que da la ignorancia mate, que no pasa nada por decir que eres un poco facha. El equivalente, pero más peligroso, de llevar unas gafas amarillas en interiores y decir que el cielo nunca fue así. Yo, en el fondo, también lo creo: alzo la mirada y veo muchísimos nubarrones de plomo.
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