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Opinión | Soledad
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Morir vestido

Miquel Bauçà

Miquel Bauçà / Archivo

Recuerdo la noticia del 10 de febrero de 2005. Había muerto Miquel Bauçà. Fue un estremecimiento, porque Bauçà, mallorquín de Felanitx, era (¡y es!) uno de los mejores escritores catalanes del siglo XX. Una de sus obras, el enigmático, fantasmagórico 'Carrer Marsala' es una joya indescriptible, una colosal historia de contención y exceso, un prodigio verbal. Bien, pero esta columna no va de literatura, sino de hombres que mueren solos. Hacía un mes (el 3 de enero) que los Mossos d'Esquadra habían encontrado un cuerpo en un piso del Eixample. Calcularon que había fallecido un día indeterminado del diciembre anterior. No fue hasta primeros de febrero que, en el depósito de cadáveres, el cuerpo fue identificado como el de Miquel Bauçà, que llevaba, de hacía tiempo, una vida que entonces fue calificada como “de eremita”, tanto en el domicilio de Barcelona como, antes, en la rulot que tenía plantada, estática, inerme, en un campo de olivos. La impresión fue aún más fuerte, porque enseguida la imaginación dibujaba la escena y la llenaba de imágenes tétricas.

He pensado en ese mito “esquivo e inclasificable” ahora que han descubierto, en València, el cadáver de un hombre que, según todos los indicios, llevaba muerto 15 años. Quince años no son 15 días. Incluyen muchos cambios de estaciones y muchas tormentas, muchas vidas y muchas penurias, penas, alegrías, despropósitos y satisfacciones. He ido a mirar cómo es la calle Lluís Fenollet. Es anodina, en un barrio popular, corto y con un callejón sin salida a partir del cual –unas pilonas– no pueden pasar los coches. Hay un bar justo al lado del inmueble donde, en el número 6, vivió y murió Antonio Famoso, en la puerta 12. Enfrente, una carnicería y, al otro lado de calle, una pizzería. El resto, fachadas con puertas metálicas de tonos decolorados, edificios sencillos con entradas vulgares, como en tantos barrios como este. Las imágenes que contemplo son de hace tres años, pero dudo que haya muchos cambios. Como no los hubo en ninguno de los vecinos de Antonio Famoso, convecinos del cadáver a lo largo de más de 5.000 días. No acuso, ni mucho menos, solo constato. La vida es así. Apenas conocemos a los que conviven con nosotros. Y menos a los que (si se me permite la expresión) “conmueren” mientras seguimos yendo al bar o a comprar en la carnicería. Los testigos, que le recuerdan vagamente, dicen que Antonio Famoso era discreto y que siempre iba a lo suyo y no molestaba a nadie. La fenomenal ironía del caso es que el apellido se ha acordado con la realidad una vez difunto. En vida, no hizo honor al linaje. Vivió desapercibido, al menos en los últimos años, y murió vestido, en la cama, con la aldaba del piso puesta, encerrado. Si pensar la muerte de Bauçà fue ya un ejercicio lúgubre, hacerlo con el cuerpo en descomposición de Antonio Famoso va más allá de la imaginación, rodeado de plumas de pájaros y de pájaros muertos y de insectos muertos. "Llavors m'adormiré", escribía el poeta, "com la palla s'adorm, calienta / al ventre de las vaques". Quizás es mejor que este escrito acabe aquí y así.

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