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Opinión | Oriente Próximo
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Amnistía a Hamás, no a Catalunya

Se echan de menos las diatribas de los satanizadores de Puigdemont, contra un acuerdo que exonera a los terroristas palestinos

Hamás completa la liberación de todos los rehenes vivos que quedaban en Gaza

La liberación de los primeros rehenes de Hamás en Gaza, en imágenes.

La liberación de los primeros rehenes de Hamás en Gaza, en imágenes. / Associated Press/LaPresse / LAP

Las condiciones de la amnistía a Hamás en el plan de pacificación de Gaza de Trump/Blair suponen una magnanimidad sin precedentes. Los militantes de la organización terrorista pueden quedarse en la franja sin represalias ni castigo, a cambio únicamente de entregar el arma reglamentaria. Si los asesinos desean instalarse en otros países, se les facilitará el traslado y aclimatación, seguramente con dinero de Catar. Antes que la generosidad, sorprende la concesión del rango de interlocutor a una organización terrorista que se sentiría ofendida si la compararan con ETA o el IRA, por citar a bandas que en los setenta entrenaron conjuntamente en Yemen.

En casa, la amnistía plena a Hamás contrasta con las dificultades para aceptar el perdón en Catalunya, perfectamente pacificada incluso para quienes hubieran deseado que recibiera el mismo castigo radical que Gaza. Y donde los independentistas a quienes se niega el borrón y cuenta nueva no solo serían inútiles con un kalashnikov en las manos, sino que no han provocado ni un esguince. Aparte de cumplir cuatro años de cárcel, a diferencia de los amnistiados de Gaza. Se echan de menos las diatribas de los satanizadores de Puigdemont, contra un acuerdo que exonera a los terroristas palestinos. Y dado que Trump ha sido más duro con Netanyahu que la famosa flotilla, tampoco vendría de más un mínimo reconocimiento de su labor en la liberación de rehenes.

La amnistía a Hamás no será la única contradicción que golpea a quienes promueven la condena eterna de Catalunya. El mismo Trump de antes ha retirado del catálogo de organizaciones terroristas a la versión siria de Al Qaeda, ahora que su líder Al-Sharaa está al frente del país. Su única sanción ha sido obligarle a vestir traje y corbata. De paso, el dictatorial Erdogan se dispone a entablar negociaciones con los kurdos, también terroristas en el argot turco. En fin, los países del mundo se afanan para no quedar últimos en el acercamiento al régimen talibán de Afganistán. Cuesta más perdonar el 11S catalán que el neoyorquino, o conceder que la amnistía es una de las escasas buenas ideas firmadas por Pedro Sánchez.

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