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Opinión | Oriente Próximo
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Escribiendo la historia

No es lo que está pasando ahora, sino lo que ha pasado previamente lo que permite una avalancha insólita de buenas noticias y provoca un cambio de paradigma en Oriente Medio

Hamás completa la liberación de todos los rehenes vivos que quedaban en Gaza

Trump, en el Parlamento israelí: "Netanyahu no es el tipo más fácil de tratar, pero eso es lo que lo hace genial"

Leonard Beard.

Leonard Beard. / 5

Las buenas noticias son buenas noticias, más allá de las miradas y las ideas de cada uno. Evidentemente, el plan de los 20 puntos de Trump acaba de empezar, y el camino está lleno de bombas de tiempo que pueden estallar a la más mínima circunstancia. Pero, de momento, se ha hecho un primer paso que es gigantesco. El retorno de los rehenes a casa ha sido, durante estos dos largos años, el obstáculo más abrupto, doloroso e infranqueable que podía permitir alguna salida, y se acaba de producir. Se ha parado la guerra, vuelven los rehenes, se liberan a los prisioneros palestinos acordados (entre otros, los 250 condenados a cadena perpetua por múltiples asesinatos), y Trump ya ha aterrizado en la Israel. 'Good news' sin paliativos. Son tan buenas noticias que aquellos que no muestran alegría, atrapados en la dinámica de usar el conflicto para su propaganda ideológica, quedan patéticamente a cuerpo descubierto. Estos días hay silencios que son una declaración de principios. Feijóo decía “que hay alguna izquierda que ha pasado del ‘no a la guerra’ al 'no a la paz'”, y tiene razón.

Es un preámbulo o un paréntesis, podemos usar todos los sinónimos que otorgan temporalidad y/o precariedad al momento que estamos viviendo, pero el hecho es que todo lo que tenía que pasar, está pasando. Aun así, la buena noticia más importante no se conjuga en gerundio, sino en pasado: no es lo que está pasando ahora, sino lo que ha pasado previamente lo que permite una avalancha insólita de buenas noticias y provoca un cambio de paradigma en Oriente Medio. Por un lado, Israel ha ganado la guerra a todos sus enemigos y ha dejado severamente neutralizadas las amenazas. La estrategia incendiaria de Irán, que había creado un anillo de fuego que rodeaba a Israel (Siria, Hizbulá, Hamás, Yihad, chiís de Irak, hutíes) se ha convertido en un círculo de cenizas y, derrotado Irán, Israel se ha convertido en la potencia militar en la región. “Quemad, quemad, quiero las casas y los 'kibutz' en llamas, matad a todos los que encontréis, cortad cuellos, pisad sus cabezas...”, escribía el dirigente supremo de Hamás Yahya Sinwar en el memorándum previo a la masacre del 7 de octubre, y sus órdenes fueron la espoleta de la autodestrucción de Hamás. Si hoy hablamos de la posibilidad de la paz y de un plan posterior para resolver el conflicto es primero, y sobre todo, porque Israel ha ganado no solo a Hamás, sino porque ha derrotado a Irán y, con ellos, a todos sus 'proxies'. Ha sido un terremoto que ha sacudido a todo Oriente Medio y ha cambiado de manera definitiva el mapa geopolítico de la región. Y es este cambio de paradigma el que ha permitido dibujar al equipo de Trump una inteligente estrategia de alianzas y complicidades con los países árabes y musulmanes más relevantes.

No estaríamos donde estamos ahora si Hamás no estuviera prácticamente destruida. Pero podría rearmarse. La cuestión es con quién y con qué. Y este es el punto central: todos los países históricamente enemigos de Israel (incluso Siria), han dado la espalda a Hamás, con especial atención a tres de ellos: Jordania, que se ha implicado desde el primer momento en el acuerdo de Sharm el-Sheikh; Turquía, que quiere estar y tener un papel; y, sobre todo, Catar, que después de ser protector, financiador y aliado de Hamás, ahora lo ha dejado literalmente caer. Todos ellos, junto con Egipto y Arabia Saudí y la poderosa Indonesia, dan por finiquitado el dominio de Hamás, y este es el eje en que pivota una esperanza de solución al conflicto -por mucho que sea complejo-, y un futuro nuevo en la región, cuando empiece la segunda fase de los Acuerdos de Abraham. A Hamás no le quedan aliados, a excepción de determinadas izquierdas que se habían aferrado a ello. Lo escribía domingo Shlomo Ben Ami: “un escenario que Sinwar no debía de imaginar era que Hamás, grupo terrorista similar al Daesh y totalmente opuesto a los dos estados, se convirtiera en el favorito del universo progresista occidental”. Estos también han perdido.

No hace falta decir que todo empieza y todo es incierto. Pero ya hay dos certezas esperanzadoras: una, que Hamás no tendrá ningún papel en el futuro palestino; y dos, que hay un magma de países implicados en que esto que ahora empieza, acabe bien. Lo dijo Golda Meir, “para ser realistas en Israel, hay que creer en los milagros”, y es esto lo que estamos viviendo: un milagro.