Una ética frente al odio
La democracia y el cristianismo están hoy amenazados por un mismo magma reaccionario
Salvador Illa exhibe su devoción religiosa en Roma: "El humanismo cristiano es más necesario que nunca"

El president de la Generalitat, Salvador Illa, interviene durante la firma del acuerdo para la sede del Instituto Fraunhofer en Barcelona, este viernes. / Kike Rincón / Europa Press
Cuando parecía dormir el sueño de los justos, el humanismo cristiano ha recibido un espaldarazo de la mano de Salvador Illa. Lejos quedan aquellos días en los que la expresión suponía un auténtico comodín electoral. Hasta Francisco Umbral se lamentaba de que, a fuerza de apelar a él, “nuestros políticos se están poniendo más pesados que un tanque en la solapa”. Corría el año 1982.
El humanismo cristiano es una expresión que puede resultar balsámica para un católico tolerante o divisoria para quien no se siente interpelado por el cristianismo. “Hablar en el siglo XXI de humanismo cristiano en un Estado aconfesional suena más a paternalismo católico burgués que a cristianismo socialista de base”, afirmó al respecto Violeta Asiego, jurista especializada en derechos humanos.
Sin embargo, el pasado le sienta bien al término. Evoca a referentes como Jacques Maritain, quién, en la primera mitad del siglo XX, proyectó una nueva utopía social políticamente laica, pero fundada en valores cristianos de solidaridad. Sus reflexiones fueron el germen de nuevas corrientes filosóficas que, en la América Latina de los años sesenta, eclosionaron en la Teología de la liberación, aquella doctrina que desafió al poder tradicional para combatir las injusticias sistémicas.
Las creencias de Illa no son fruto de una estrategia partidista, pero tienen una repercusión política. En clave catalana, conectan con una parte del electorado que encontró en los primeros años del ‘procés’ un imaginario de comunión, esperanza y fe muy similar al que había marcado su educación católica. Parte de la parroquia independentista apuesta ahora por la ultraderecha de Aliança Catalana, pero son muchos los que abominan de la degeneración sectaria, que no encuentran acomodo en la desorientación nacionalista y que pueden considerar más o menos habitable ese ‘humanismo cristiano’ de Illa.
Pero más allá de la deriva partidista, hay algo más trascendental. La democracia y el cristianismo están hoy amenazados por un mismo magma reaccionario. El teólogo Juan José Tamayo denomina cristoneofascismo a “la alianza entre las organizaciones políticas y sociales de la extrema derecha, apoyadas por el ultraliberalismo y los movimientos cristianos integristas”. Estas organizaciones religiosas fundamentalistas (que engloban desde algunas iglesias evangelistas hasta organizaciones como Abogados Cristianos o sectores de la propia Conferencia Episcopal) han colocado en la diana a inmigrantes, personas LGTBI y feministas. Cuestionan los avances sociales conseguidos y sus discursos exacerban el odio y la violencia. Su actitud excluyente traiciona pilares universales como los derechos humanos, así como los propios valores cristianos.
Desde la pureza ideológica particular no se va a poder plantar cara a esta “internacional del odio”, parafraseando a Tamayo. Los demócratas deben encontrar el modo de tejer alianzas en defensa de la dignidad humana, la justicia social, la libertad y la solidaridad. Ahí, en una ética compartida, el humanismo cristiano puede tener un papel.
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