Juli Soler, el médium
Confió en un joven Ferran Adrià y, desde ese preciso instante, conformaron el dúo más memorable del universo culinario en una casi inaccesible cala de la Costa Brava
Juli Soler, el hombre que gestionó El Bulli como una banda de rock

Juli Soler (en el centro de la imagen) y Ferran Adrià, en El Bulli. / PAU ARENÃS
En un excelente artículo de hace unos años, Toni Massanés, director de la Fundación Alícia, hablaba de Juli Soler a raíz de uno de los homenajes que recibió después de su muerte. Juli Soler fue el alma de El Bulli, desde 1981, cuando, tras la etapa de Jean-Louis Neichel, y de la mano del matrimonio de Marketta y Hans Schilling, convirtió lo que había sido un mini golf y un 'grill' en el restaurante más revolucionario, en el estilete de la alta cocina, en un monumento venerado. Confió en un joven Ferran Adrià y, desde ese preciso instante, conformaron el dúo más memorable del universo culinario en una casi inaccesible cala de la Costa Brava. Massanés decía que Juli Soler sabía estar, pero que, sobre todo, "sabía ser". Es decir, siempre estaba a punto, cuando te recibía y te ofrecía una copa de champán (¡su famoso “champú”!), cuando te anunciaba “el festival” que te esperaba, pero, de forma discreta, “tenía la capacidad de volverse transparente, hasta casi desaparecer, para permitir una experiencia más pura”.
Este era el alma que Juli Soler, “un sabio escogido que dominaba el arte de recibir”, supo y pudo transmitir al Bulli: la necesidad de hacerte creer que estabas en un concierto de rock –la distensión, la alegría, el ritmo– cuando, en realidad, estabas a punto de entrar en un templo. Todo ello, con el único objetivo de procurar evitar el vértigo de ese pacto inenarrable con la felicidad gastronómica y de anunciarte, al mismo tiempo, que nunca podrías olvidar las horas vividas en la sala abigarrada de Cala Montjoi.
Este viernes, entidades e instituciones de Roses le rinden otro homenaje, a diez años de su muerte, orquestado por Salvador García-Arbós, con Cristina Jolonch y Pau Arenós, que conversarán con amigos y saludados. Será, a ciencia cierta, una nueva invocación del espíritu indomable de Juli Soler, de su vitalidad sin medida, de la calma que transmitía a través de un talante eléctrico. Del que estaba ahí sin estar, de aquel que, estando ahí, se convertía en un factótum tan evanescente como las burbujas del “champú”, el médium que conectaba universos.
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