Barcelona se mueve
Si deciden quedarse, me gustaría que se mantuvieran los valores que han hecho de esta ciudad un lugar donde merece la pena vivir: la libertad, la igualdad y el respecto a los derechos humanos.

Barcelona 06/09/24 Barcelona. Ambiente de fiesta, terrazas llenas, turistas y muchedumbre en ciutat vella a altas horas de la noche. Las terrazas no respetan el horario de cierre. Para reportaje: Vecinos de Ciutat Vella piden que la Guardia Urbana priorice las quejas por ruido en Barcelona. LUGAR: Las Ramblas a las 23:45. AUTOR: MANU MITRU / MANU MITRU / EPC
Barcelona es una ciudad en movimiento. Parece que cada diez años cambia de cara, de lengua y de ritmo. Más de la mitad de los jóvenes que viven aquí hace menos de una década que han llegado. Y está bien que sea así.
Me gusta que sea una ciudad que atrae a gente joven de todas partes, que viene a estudiar, trabajar o simplemente a vivirla. Como nosotros, cuando nos vamos a Berlín o a Lisboa a pasar una temporada. Esta energía nómada es parte de su gracia. Pero si deciden quedarse, me gustaría que se mantuvieran los valores que han hecho de esta ciudad un lugar donde merece la pena vivir: la libertad, la igualdad y el respecto a los derechos humanos.
Hay días que, paseando por el centro de la ciudad, me siento dividida. Me emociona escuchar cinco idiomas diferentes en una misma calle, sentir el olor de kebab y ver a niños jugando a fútbol junto a una tienda bengalí. Y, a la vez, se me remueve el estómago cuando veo a mujeres tapadas de arriba abajo. No por la ropa, sino por lo que simboliza: una sumisión impuesta en nombre de la religión. La diversidad cultural es una riqueza, pero la desigualdad entre hombres y mujeres no puede formar parte de esta riqueza. Las religiones son un lastre para el feminismo. Y a mí me cuesta mucho aceptar que, en nombre del respeto cultural, cerremos los ojos ante el machismo. Y lo digo yo, con mis privilegios de burguesa catalana, sabiendo que mi manera de entender el mundo también está condicionada. Tengo muchas dudas. No creo en las fronteras ni pienso que Catalunya o Barcelona pertenezcan solo a los que llevan siete apellidos catalanes en sus espaldas. Ni a los que hablen un catalán de Pompeu Fabra. Pero me cabrea que un camarero en la plaza de la Vila de Gràcia no entienda la palabra “tallat”.
El mundo se mueve, y cada vez más rápido. Y entre todos hemos transformado a esta Barcelona en este parque de atracciones que a veces no reconocemos.
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