La paz en Gaza y las prisas
Netanyahu sigue comprobando que, a pesar de las críticas y las diversas flotillas, cuenta con margen de maniobra para completar la masacre que está perpetrando en la Franja, junto a la anexión de Cisjordania
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Sara Fernández
Suele decirse que las prisas no son buenas consejeras y, sin embargo, Donald Trump está ejerciendo una evidente presión para que el Gobierno israelí y los dirigentes de Hamás lleguen de inmediato a un acuerdo en El Cairo. Sería de agradecer ese esfuerzo si el inquilino de la Casa Blanca estuviera pensando en las vidas que pueden salvarse si se logra frenar de inmediato la masacre israelí y liberar a los 48 rehenes que Hamás retiene. Pero, dada su trayectoria de respaldo inequívoco a Binyamín Netanyahu y su desmedido narcicismo, es más probable que esté pensando en que el próximo viernes se dará a conocer el premio Nobel de la Paz y que el anuncio de un acuerdo sobre Gaza le garantizaría su obtención.
Por el contrario, no parece tan apurado un Netanyahu que sigue comprobando que, a pesar de las críticas y las diversas flotillas, sigue contando con margen de maniobra para completar la masacre que está perpetrando en la Franja, junto a la anexión de Cisjordania. Más aún, la prolongación de la violencia contra los palestinos hace tiempo que constituye su principal baza para preservar su posición de primer ministro, blindándose frente a la acción de la justicia en las tres causas judiciales que pueden conducirlo a la cárcel, si pierde la inmunidad que le otorga su cargo. Sus mandos militares informan que necesitarán entre cuatro y seis meses para completar la ofensiva actual sobre ciudad de Gaza, y todo indica que desean disponer de ese tiempo para degradar hasta el extremo la capacidad militar de un Movimiento de Resistencia Islámica que también está políticamente muy debilitado.
Netanyahu sabe, además, que la propuesta de Trump -en realidad, un ultimátum de rendición para Hamás, en la que ni se menciona a Cisjordania- no le obliga realmente a ceder nada que no desee. De hecho, el único plazo detallado que aparece en su propuesta es el de las 72 horas que tiene Hamás para entregar a esas 48 personas, dejando el resto de supuestos compromisos de Tel Aviv en una nebulosa que, en términos reales, deja a Netanyahu las manos libres para volver a la carga cuando lo considere adecuado.
Por su parte, tampoco parece que Hamás se vaya a apresurar a firmar un acuerdo basado en los veinte puntos que Trump ha dado a conocer, que incluye un desarme completo que lo dejaría absolutamente neutralizado. Aunque su capacidad de combate esté muy mermada, haya perdido buena parte de las simpatías que tenía entre los palestinos y haya sido abandonado por la mayor parte de sus aliados externos, entiende que ceder ya desde el principio su principal baza de negociación- los rehenes-, sin obtener a cambio sólidas garantías de seguridad y un calendario preciso que obligue también a Israel a ajustarse a lo pactado -sobre todo, en referencia al alto el fuego, la retirada completa de la Franja y la entrada de ayuda humanitaria- lo deja a expensas de la voluntad de sus enemigos. Y la experiencia acumulada le hace ver que ya son muchas las ocasiones en las que Netanyahu ha incumplido sus compromisos con el beneplácito generalizado no solo de Estados Unidos, sino también con la aceptación pasiva de los gobiernos europeos y árabes.
En los dos extremos del espectro de actores implicados también tienen mucha prisa tanto los que temen por sus vidas bajo las bombas israelís y bajo la tiranía de Hamás, como los que ya sueñan con los jugosos beneficios de la operación empresarial prevista para Gaza por Trump y sus allegados. ¿Sería mucho pedir que en lugar de las prisas impere la cordura?
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